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Jeremías ve el fin del mundo – Cap. 13-3

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Os presentamos un programa más de Conociendo las Escrituras presentado y dirigido por Beatriz Ozores. En este programa, después de Josías, Judá fue de mal en peor rápidamente. Todos los hijos de Josías fueron un desastre y condujeron a Judá de nuevo al paganismo. El juicio de Dios fue rápido. Los hijos de Josías, uno detrás de otro, fueron eliminados por reyes más poderosos. Primero el faraón egipcio hizo pagar tributo a Judá y depuso al rey Joacaz, colocando en su lugar a su hermano Yoyaquim. Después Nabucodonosor, rey de Babilonia, se llevó a Yoyaquim y lo mejor del mobiliario del Templo a Babilonia, dejando al hijo de Yoyaquim, de ocho años, como rey títere. Pero tres meses más tarde Nabucodonosor decidió llevarse también al niño a Babilonia junto con lo que quedaba del Templo y los mejores soldados y artesanos que había en Jerusalén. Dejó a Sedecías, el último de los hijos de Josías, para que gobernara como su vasallo.

A pesar de las malas noticias, no había arrepentimiento. Y aunque Jerusalén había sufrido un ataque tras otro, había falsos profetas aduladores, deseosos de decirle al rey que la prosperidad estaba a punto de llegar. No era fácil ser un verdadero profeta en aquellos tiempos difíciles. Todas las noticias que llegaban eran malas, y la gente no quería oír malas noticias. El gran profeta Jeremías fue encarcelado, golpeado, arrojado a un pozo y repetidamente amenazado de muerte. Sin embargo, la tozudez de Jeremías fue el mejor testimonio de la verdad de sus profecías. Incluso el impío Sedecías consultó a Jeremías en secreto. Sedecías había decidido rebelarse contra Nabucodonosor, confiando en la ayuda de Egipto. Era exactamente el mismo error que, un siglo y medio antes, Oseas, el último rey de Israel, había cometido. Aunque los profetas de su corte le adulaban prometiéndole que Egipto salvaría a Judá, Sedecías mandó llamar en secreto a Jeremías para saber la verdad de sus posibilidades de éxito frente a Nabucodonosor. Jeremías le dijo que Egipto no le ayudaría. Dios ya había determinado el destino de Jerusalén.

Esto dice el Señor: No os hagáis ilusiones pensando: “Los caldeos se marchan definitivamente de nosotros”, porque no se marcharán. Aunque batierais a todo el ejército caldeo que os ataca, y no quedasen de ellos más que hombres heridos, cada uno de éstos se alzaría de su tienda y prenderían fuego a esta ciudad”.  Jeremías era un personaje poderoso a pesar de su impopularidad. Aun cuando era conocido por profetizar contra del poder reinante, el rey se sintió impulsado a consultarle a él antes que a un profeta más complaciente. Jeremías tenía la verdad y, aunque no quisieran reconocerlo, el rey y el pueblo lo sabían. En aquellos días la verdad era terrible. Jeremías le dijo al pueblo de Judá que pronto habría una destrucción tan horrorosa, tan espantosa, que no había casi palabras que pudieran describirla. Sólo la podría trasmitir una demostración práctica.

Esto dice el Señor: —Anda a comprar un cántaro de barro cocido. Toma algunos ancianos del pueblo y algunos sacerdotes, y sal hacia el valle de Ben-Hinom, frente a la Puerta de los Cascotes, y pregona allí las palabras que Yo te diga. Habrás de decir: “Escuchad la palabra del Señor, reyes de Judá y habitantes de Jerusalén. Esto dice el Señor, Dios de Israel: ‘Mirad que voy a traer tal desgracia sobre este lugar, que a cualquiera que la oiga le zumbarán los oídos……Yo vaciaré en este lugar los designios de Judá y de Jerusalén, y los haré caer a espada ante sus enemigos, a manos de los que atentan contra su vida, y daré sus cadáveres en pasto a las aves del cielo y a las bestias de la tierra. Convertiré esta ciudad en desolación y escarnio; cualquiera que pase junto a ella se pasmará y silbará a la vista de tantas plagas. Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, se comerán unos a otros durante el asedio y la angustia con que los oprimirán sus enemigos que atentarán contra sus vidas’”.

Entonces romperás el cántaro a la vista de los hombres que vayan contigo. Y les dirás: “Esto dice el Señor de los ejércitos: ‘Así romperé Yo a este pueblo y esta ciudad, como se rompe una vasija de alfarero, que no se puede recomponer…’” (Jr 19, 1-3, 7-11). En la búsqueda de palabras para describir los horrores que habían de venir, Jeremías se remontó hasta el inicio de los tiempos. En Génesis 1 se describe cómo la tierra estaba vacía y desolada antes del comienzo de la creación y cómo el primer acto de Dios fue crear la luz; ahora, en la visión de Jeremías, se dice: Miro a la tierra, y es caos y vacío, a los cielos, y no tienen luz. Miro a los montes, y están temblando, y todas las colinas se estremecen. Miro, y no hay nadie, y todas las aves del cielo habían huido. Miro, y el vergel es un desierto, y todas sus ciudades habían sido destruidas delante del Señor, ante el ardor de su ira. (Jr 4, 23-26) La destrucción sería tan completa que se desharía toda la obra de la creación.

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