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Capítulo 10- Parte 1: El Reino de David

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Os presentamos un programa más de ‘Conociendo las Escrituras’ presentado por Beatriz Ozores. En este programa hablaremos del Reino de David y cómo tras la muerte de Saúl, David tenía vía libre para hacerse con el reino. Sin embargo, éste no pasó a sus manos tan fácilmente.

La tribu de Judá siguió a David, pero la parte norte de Israel eligió seguir a Isbaal, uno de los hijos de Saúl1. (En 2 Samuel a Isbaal se le designa Isbóset. La palabra “bóset” significa “vergüenza”; el autor sagrado usó este sufijo en vez de “baal”, para que los lectores no tuvieran que pronunciar el nombre de una divinidad cananea). Sólo después de una larga guerra civil David consiguió derrotar a las tropas de Isbaal. Al final, dos de los propios generales de Isbaal, viendo que la situación era desesperada, asesinaron a Isbaal y llevaron su cabeza a David. Pensaban que iban a obtener una recompensa. En lugar de ello, David mandó ejecutarlos como asesinos diciendo que “habían asesinado a un hombre recto”.

A diferencia de muchos gobernantes, David podía distinguir entre la persona de Isbaal y las circunstancias desafortunadas que lo habían convertido en su enemigo. David se enfrentó con un grave problema: la elección de una ciudad como capital podría dar la impre- sión de que una tribu era superior al resto. Al principio resultaba difícil mantener las doce tribus juntas. Si situaba su capital en Judá, su territorio de nacimiento, las tribus del norte, ya entonces rebeldes, podrían pensar que no quería ningún trato con ellas. En cambio, si ponía su capital en algún lugar del norte, podría parecer que estaba dando la espalda a sus fieles seguidores de Judá. Pero existía una antigua ciudad justo en la frontera entre Judá y las otras tribus, una ciudad que no pertenecía a ninguna de ellas.

Jerusalén era una de esas ciudades cananeas que los israelitas no habían conseguido destruir durante la conquista. “Los hijos de Benjamín no pudieron expulsar a los jebuseos de Jerusalén; por eso los jebuseos viven allí con los hijos de Benjamín hasta el día de hoy”, dice Jueces 1, 21. Y Josué 15, 63 dice: “Los hijos de Judá no pudieron expulsar a los jebuseos que habitaban en Jerusalén; por eso siguen habitando en Jerusalén, en medio de los hijos de Judá, hasta el día de hoy”. Queda, pues, claro que Jerusalén estaba justo en la frontera entre Judá y Benjamín. Así que poniendo fin a lo que debía haberse realizado muchas generaciones antes, David atacó a los orgu- llosos y perversos jebuseos. Éstos pensaban que Jerusalén nunca podría ser conquistada. Cubrieron de insultos a David y le dijeron que incluso los ciegos y los cojos de su ciudad podrían rechazar a su miserable ejército3.

Así que David ofreció a sus generales un incentivo: “El primero que ataque al jebuseo, será jefe y príncipe”. El primero que atacó fue Joab, quien pasó a ser el brazo derecho de David (algo así como su primer ministro) y del que más adelante oiremos hablar mucho. El ejército de David derrotó a los jebuseos y David inmediatamente se asentó en Jerusalén. Desde entonces Jerusalén fue la capital de David. Incluso llegó a ser conocida como la Ciudad de David, nombre que la parte antigua de la ciudad todavía conserva. David construyó la ciudad y su nuevo aliado, el rey Jiram de Tiro, envió artesanos fenicios para edificarle un palacio. Sabemos por otras fuentes históricas que Tiro estaba comenzando una época dorada de prosperidad bajo el rey Jiram. Ésta no sería la última vez en su largo reinado que Jiram se mostraría amigo de Israel.

 

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