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Cap. 13-2 El impío rey Manasés

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Os presentamos un programa más de Conociendo las Escrituras presentado por Beatriz Ozores. En este capítulo hablaremos de la muerte de Ezequías y la sucesión de su hijo Manasés. Es difícil imaginar un contraste mayor entre padre e hijo. Ezequías había derribado los lugares altos y Manasés los volvió a construir. Ezequías había elimi- nado todos los ídolos extranjeros y Manasés los trajo de vuelta. Manasés profanó el mismísimo Templo del Señor con imágenes y altares paganos. Más aún, quemó a su propio hijo como ofrenda a los dioses paganos. Masacró a ciudadanos inocentes en la propia capital de Jerusalén, persiguió a los servidores de Dios y convirtió la verdadera religión en un culto clandestino. Una antigua tradición dice que una de sus víctimas fue el profeta Isaías, al que cortó en dos con una sierra.

Ningún rey de Judá había sido tan impío. Su juicio llegó rápidamente: los asirios atacaron Jerusalén y se llevaron a Manasés encadenado. Pero entonces ocurrió algo casi milagroso. “Al verse angustiado trató de aplacar el rostro del Señor, su Dios; se humilló profundamente ante el Dios de sus padres, y le suplicó. El Señor se conmovió y escuchó su plegaria; le hizo volver a Jerusalén para seguir reinando. Así Manasés reconoció que el Señor es Dios” (2 Cro 33, 12-13). Mucho más tarde, un escritor desconocido imaginó cómo debió haber sido la oración de Manasés en la cautividad. Esta “Oración de Manasés” es considerada canónica por algunas iglesias orientales: “He pecado, Señor, he pecado y mis faltas yo conozco, pero Te pido suplicante: ¡Aparta de mí tu enojo, Señor, aparta de mí tu enojo y no me hagas perecer junto a mis faltas ni, eternamente resentido, me prestes atención a las maldades

El Valle de Cedrón, al sureste de Jerusalén, era un cementerio importante y contiene muchas tumbas excavadas en la roca. Los reyes reformadores, como Ezequías y Josías, utilizaron este valle como lugar para destruir ídolos y altares paganos, que eran quemados o demolidos ni me condenes a los abismos de la tierra! Porque Tú eres, Señor, el Dios de los que se arrepienten y en mí mostrarás tu bondad ya que, aun siendo indigno, me salvarás conforme a tu mucha misericordia” (Oración de Manasés 12-14). Cuando regresó a Jerusalén, Manasés había cambiado por completo. Destruyó todos los altares paganos y eliminó todos los cultos extranjeros. Ofreció sacrificios de acción de gracias en el Templo y vivió un reinado más largo que cualquier otro rey de Israel y Judá.

Judá volvió brevemente al paganismo bajo el reinado de Amón, hijo de Manasés. Pero cuando Amón fue asesinado, el pueblo proclamó rey a su hijo Josías. Éste sería recordado como el gran reformador, el rey que hizo que Judá volviera, por lo menos temporalmente, a cumplir los preceptos y mandamientos de Dios. Un día, cuando los sacerdotes estaban revisando los archivos del Templo, uno de ellos encontró un viejo rollo. Aparentemente había sido escondido, quizá para salvarlo de los soldados de Manasés, durante la peor época de la persecución. Los sacerdotes se lo llevaron al rey y éste hizo que se lo leyeran. Cuando oyó lo que se decía en el libro, rasgó sus vestiduras. Los sacerdotes habían encontrado el Libro de la Ley, el libro que llamamos Deuteronomio. Lo habían escondido y olvidado cuando los sacerdotes del Dios verdadero habían sido asesinados en la calle. Y allí por primera vez en su vida, Josías oyó las maldi- ciones que recaerían sobre Israel por desobedecer la Ley. El rey dijo a los sacerdotes: “Id y consultad al Señor acerca de mí, del pueblo y de todo Judá, con respecto a las palabras de este libro que ha sido encontrado, pues es enorme la cólera del Señor que se ha encen- dido contra nosotros, ya que nuestros padres no obedecieron las palabras de este libro, obrando en todo tal como se nos dejó escrito”.

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