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Sufrió el atentado terrorista del 11M en Madrid, pero en la tragedia halló a Cristo

Sufrió el atentado terrorista del 11M en Madrid, pero en la tragedia halló a Cristo

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(ACI) Se cumplen 15 años de los atentados del 11 de marzo de 2004, en Atocha (España) en el que murieron 193 personas y más de dos mil resultaron heridas. Esther Sáenz viajaba en el vagón en el que estalló la bomba en la estación El Pozo, y aunque los médicos aseguraron que le quedaban 24 horas de vida, lo superó y vivió una profunda conversión en el Señor.

Esther Sáenz era farmacéutica, tenía dos niños y el 11 de marzo de 2004 viajaba en el tren de cercanías que le llevaba a Atocha, Madrid, donde estallaron varias bombas en un atentado terrorista.

El vagón en el que viajaba Esther fue en el que mayor personas fallecieron, tan sólo ella y otra persona sobrevivieron.

“Todo era un sinsentido. Lloré con mucha desesperación. Hasta que una voz por dentro me dijo, ‘no tengas miedo’. Entonces yo, enfadada pensaba, ¿no decías que ibas a estar siempre conmigo?, ¿por qué has permitido esto? Entonces comprendí que no podía reprocharle nada a Dios, porque Él no lo había hecho conmigo. Nunca antes había dedicado ni un segundo de tiempo a ver las ofensas que yo le había hecho a Él. Me encontré con la mirada de Cristo”, declaró Sáenz en un encuentro en la Universidad de Navarra (España).

Según explicó en una entrevista realizada por HM Televisión, Esther recordó que experimentó “una conversión brutal en Nuestro Señor” mientras estaba en la unidad de críticos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

“Cuando estaba convencida que me moría porque ni sentía mi cuerpo (…) Ahí sentí que Cristo llenaba todos mis espacios, que estaba dándome sentido a mi posible muerte”, asegura.

“Fue brutal. Fue impresionante, nunca he sentido nada parecido en mi vida. Te has tenido que despojar de cosas que estabas poniendo entre tú y Yo, a pesar de que pensaba que era muy creyente. Era una católica convencional de una fe heredada”, recordó.

En ese momento los médicos dijeron a su esposo que Esther no sobreviviría porque su cuadro médico era tremendamente desolador. “Los médicos me daban 24 horas de vida”, recordó.

Pero se recuperó y desde entonces ha sufrido 13 cirugías y actualmente tiene un 67% de minusvalía.

Esas operaciones Esther las afrontó como “algo que formaba parte de la conversión, era como que sentía que tenía que hacer algo por Él, ya que Él había hecho tanto por mí”.

Por eso asegura que “todas esas cirugías están todas ofrecidas (…) Cuando ya estaba que estaba en el quirófano, le decía al Señor: ‘Va a ser lo que Tú quieras, pero que siempre sea para un bien mayor’”.

“A veces lo ofrecía por conversiones concretas o situaciones de personas que lo estaban pasando mal, y otras veces lo ofrecía a fondo perdido, para lo que el Señor quisiera. Yo creo mucho en la comunión de los santos y un avemaría bien rezado puede hacer un bien enorme quizás en Asia”, afirmó.

Esther recuerda la cirugía más dura a la que tuvo que someterse, fue una intervención en la que le retiraron sin anestesia unos “expansores” de la cabeza.

“Cuando subí a la habitación le pedí a la enfermera que me sacara un rosario, con el que duermo siempre, que es de Juan Pablo II y que el Cardenal Rouco dio a los que estábamos en la unidad de críticos [por el atentado del 11M]. Sólo quería abrazar el dolor con el Señor y ya está. Esconderme en las llagas del Señor”, recuerda.

A pesar de que el atentado le dejó en incapacidad absoluta y permanente para cualquier trabajo y todavía sufre muchas secuelas, Esther asegura que es feliz.

“Me siento muy feliz porque cada cosa de mi día tiene un sentido a los ojos del Señor”, precisa.

“Me gustaría dar el mensaje de que no podemos perder el tiempo, y que el Señor espera algo muy concreto de nosotros, nos ha capacitado para amar en situaciones muy concretas, no podemos ser niños en la fe constantemente esperando a recibir y recibir”, asegura.

También envía un “mensaje de perdón”, “perdonar siempre. Bajo cualquier circunstancia. Perdonar siempre porque el Señor nos perdona y le ofendemos mucho y no nos pregunta por qué le ofendemos. Él dice, qué más quieres que haga por ti. Hay que reconocerse pecador antes que reconocer los pecados del de enfrente”.

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