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«No entiendo por qué me ha elegido. Dios ha tenido mucha Misericordia conmigo; yo merecía algo peor»

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Andrés Carrión a corazón abierto. Con 10 años empezó su camino al infierno. Los pequeños hurtos se fueron agravando con delitos mayores y la compañía de gente cada vez más peligrosa. Con poco menos de 12 años ya había probado la droga. A esa edad ya no encontraba ningún motivo para vivir y la idea de suicidarse se le pasaba por la cabeza.

El desarraigo, la falta de afecto y de estabilidad familiar le llevó muy pronto a buscar refugio y reconocimiento en la calle, en supuestas amistades y por los caminos menos recomendables. Cada vez envuelto en más problemas y rodeado de peor gente, su adicción al consumo de drogas crecía más y más.

Sin embargo, algo había que frenaba el desastre de forma radical. El padre de Andrés mantuvo su relación con el Camino Neocatecumenal y un aliento de Dios permanecía, de alguna forma, sobrevolando la vida de ese joven cada vez más perdido.

Aprendió a llevar una doble vida, combinando «de forma natural» lo peor del mundo y el contacto con la Iglesia.

Así, pasarían muchas cosas y cada vez peores. «A los 21 años había perdido totalmente el norte, no sabía quién era yo, tuve un intento de suicidio», recuerda.

Un viaje para transportar droga le llevó a Venezuela. Algo pasó que le sacó de las peores consecuencias aquella vez. Un ángel de la guarda, cree él, le disuadió de seguir adelante. Con el paso de los años y la perspectiva desde un camino en fe, Andrés está seguro de que Dios estuvo siempre en su vida.

Volvió a España aquella vez, sin más consecuencias y mucho aprendizaje. Pero continuó con el consumo de drogas y lo empeoró con la cocaína. «Robé muchísimo a mi familia para comprar droga y consumía cantidades ingentes». Acabó en la calle y cada vez aún peor.

Desecho emocionalmente y físicamente deteriorado, aceptó un segundo viaje para llevar a droga de nuevo a América. Esta vez el destino inicial era Perú. El viaje fue muy bien y no había ningún obstáculo allí donde los debía haber. Dice Andrés que Dios actuó en todo. Y, posiblemente llegó también un momento en que Dios decidió que había que darle el alto, en el punto más fácil e inesperado del viaje.

Todo se frenó en seco y empezaría para Andrés el camino de regreso a la casa del Padre.

«Solo Dios puede sacarme de este infierno y darme una vida nueva», pensó ya entonces. Y Dios lo hizo.

Después de todo lo que había pasado, a él no le preocupaba la cárcel: «esperaba algo terrible… pero de Dios». «Ha tenido mucha misericordia conmigo, porque merecía algo mucho peor».

Y resulta que Andrés encontró otra respuesta de su Padre: le dio la fuerza para aguantar lo peor durante ese tiempo preso en Salvador de Bahía (Brasil). Aunque también en prisión sufrió que Dios le hiciera ver todo el peso de sus pecados.

«Me sentí como el ser más despreciable de la faz de la tierra, fue dolorosísimo», recuerda Andrés. Pero, con eso y con todo, «por primera vez en mi vida, en la cárcel sentí que era libre y feliz».

En aquel proceso de «purificación acelerada», para Andrés fue esencial apoyarse a diario en la Palabra, la oración y el santo rosario.

También, conocer y sentir la generosidad de personas y oraciones de una comunidad del Camino Neocatecumenal que ni le conocía. Así, poco a poco, se fue dibujando para él un esperanzador cambio de rumbo, de luz y de vuelta a la vida.

Si quieres conocer el pasado y el presente de Andrés Carrión, no te pierdas su generoso testimonio. Un testimonio tan impresionante como conmovedor y real.

Porque, casi seguro que alguna vez habrás conocido o habrás oído hablar de alguien tan desesperado como él para meterse hasta el fondo en lo más oscuro del mundo. Muchos jóvenes hoy viven lo mismo que Andrés empezó a vivir hace dos décadas.

O quizás también conozcas a alguien tan agradecido como él, por la maravillosa historia que Dios está escribiendo en su vida.

En la actualidad, Andrés junto a su esposa Jacqueline, forma una preciosa familia, con Dios siempre en el centro, y con 4 hijos (3 vivos y un bebé no nacido: «porque la vida es desde el primer momento de la concepción», apunta firme Andrés).

«La familia es el salvavidas del mundo, por eso el diablo está tan empeñado en destruirla», sentencia.

Juntos se preparan en el Camino Neocatecumenal, para ser familia en misión… si esa es la voluntad de Dios.

 

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