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‘El manutergio’ | Artículo de Águeda Rey

‘El manutergio’ | Artículo de Águeda Rey

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Reproducimos el último artículo publicado por Águeda Rey en su blog Reflexiones del alma: Mi caminar con ELA Jesús, siendo riqueza inestimable se ha humillado para mendigar mi amor.

«Quiero contar esta historia porque es preciosa y porque quiero dejar constancia de mi agradecimiento eterno a los protagonistas.

Hay una experiencia que no es fácil tener en la vida.Asistir a la ordenación sacerdotal de un conocido no es muy frecuente y si además eres la madre del susodicho es casi imposible. Ninguno de mis dos hijos varones ha recibido a día de hoy la invitación a consagrar su vida entera Dios. Así que yo no he merecido tal honor.
Pero recientemente sí he podido asistir a la ordenación sacerdotal de nuestro querido y más que amigo Manuel Baeza. Fraile mercedario descalzo que como hace siete años -ya ni recuerdo la fecha, se me hace una eternidad, como si le conociera de toda la vida- llegó a nuestra parroquia como un soplo de aire fresco, a transformarlo todo, para mejorarlo y resucitarlo. Fue una bendición, un regalo que nos ganó a todos con su gracia andaluza de Marchena.
No sé si el primer día que le conocí o si era diez días después, poco importa, le vi una chispita en la mirada que me enterneció. Le vi como un niño pequeño necesitado de su mamá y sin pensar, ni preguntar a nadie, le dije: «yo te adopto, mi casa es tu casa, hijo». A Alejandro y a mis hijos no les pareció mal -están demasiado acostumbrados a mis arrebatos espontáneos que brotan del corazón-. Desde entonces mis hijos y él se tratan de hermanos y a Alejandro y a mí nos llama padre y madre.
Lo cierto es que el cariño ha ido creciendo con el trato, el tiempo y la oración mutua, pero ni una sola vez he ejercido esa maternidad adoptiva, no porque no haya querido, sino porque Manuel no ha reclamado nunca su derecho.
El día de su ordenación allí estuvimos toda la familia postiza y a Alejandro y a mí nos colocó junto a su madre auténtica y su hermana. Me pareció el detalle de alguien delicado y con gusto exquisito que todo lo piensa y no deja nada a la improvisación. Desde luego era algo inmerecido, no esperado, y que me inundó el corazón de emoción, más de lo que ya lo tenía por haber podido asistir.
En la ceremonia el nuevo sacerdote es ungido con óleo en sus manos y después se acerca a su madre para que le limpie las manos con un delicado paño llamado manutergio, que la madre guarda de recuerdo y como prueba de haber dado un hijo al servicio de Dios. Es costumbre que al morir la madre sea enterrada con el paño entre sus manos.
Yo asistí en primera fila a ese momento y pude contagiarme de la emoción que se palpaba.
Al finalizar la ceremonia todos los asistentes se acercan a besar las manos del nuevo presbítero. Yo esperé pacientemente hasta el final porque soy muy aparatosa y había muchísimas personas y no quería ser un estorbo. Manuel se acercó a mí al final, Alejandro me quitó el respirador y con la cara despejada pude besar sus santas manos. Qué emoción tan enorme, pero aún estaba controlada -la ELA produce también una respuesta exacerbada de las emociones, y si algo me hace gracia río hasta ahogarme y si algo me emociona, lloro de tal manera que hasta Alejandro teme por mi vida-.
Entonces ocurrió lo que ni en un millón de años me habría podido imaginar. Manuel y su madre, que ya era la legítima dueña, me entregaron un tercio del manutergio. Pero no cortó con unas tijeras más o menos un tercio. No, había preparado el manutergio con un encaje interior que en realidad eran dos encajes unidos con un hilo. Al tirar del hilo se desprendió el tercio que él y su madre me regalaron.
Bueno, en fin, creo que monté un número que fue demasiado visible al estar yo sin el respirador puesto; menos mal que la ELA y la silla me dan licencia para casi cualquier cosa.
En cierto modo me siento una impostora y no me veo entrando en el Cielo con mi tercio de manutergio como si fuera acreedora de algo. Soy la madre menos madre. Si Manuel es hoy un gran sacerdote no es por algo que haya hecho yo, desde luego. De mí sólo ha obtenido una pobre oración. Pero precisamente por eso, por ser totalmente inmerecido, es más valioso.
Al igual que ocurre con la Redención llevada a cabo por Jesús que es del todo inmerecida y sólo podemos acogerla con humildad y dar gracias. Así, el manutergio, lo abrazo con humildad y doy gracias a Manuel, a su madre y a Dios».

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