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En una misa de sanación, Dios le lanzó un mensaje definitivo y él eligió “la perla mejor”

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Dani Alexander Guerrero Payano es un seminarista de 26 años de la diócesis de Nuestra Señora de La Altagracia (República Dominicana). Actualmente continúa su formación en Pamplona (España). Su madre católica ha sido la perseverante transmisora de la fe en la familia. Tiene cuatro hermanos (tres chicos y una chica). Como católica, su madre está feliz con la vocación sacerdotal de su hijo, y para Dani es importante que su padre, aunque es protestante, respeta su decisión y el joven sabe que “siempre estará ahí cuando lo necesite”.

Como ocurre con tanta frecuencia, en la adolescencia Dani Alexander empezó a alejarse de la Iglesia para dedicar su tiempo a otras cosas, en especial el deporte. Y fue en su etapa universitaria cuando el Señor empezó a llamarle sutilmente, a través de pequeños acontecimientos, al sacerdocio.

Estudió Ciencias de la Educación y trabajó dos años como maestro en un colegio cristiano-protestante. “Yo ya tenía mi vida planificada”, dice el joven seminarista. O eso pensaba él. Sin saber bien cómo, volvió poco a poco a frecuentar la misa y los sacramentos, a participar activamente en su parroquia.

Precisamente, fue su párroco quien le planteó la posibilidad de entrar al Seminario de su diócesis. Dani Alexander no había pensado nunca en ser sacerdote. “Pero de repente aquella puerta se abrió para mi”.

El mensaje clave llegó para él de forma muy inesperada. Había acudido con su madre a una misa de sanación en la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia. Ellos no asistían por ninguna enfermedad, simplemente iban para rezar. En el momento después de la Comunión, el obispo que celebraba la misa iba dirigiéndose a los asistentes con don de conocimiento.

De pronto, Dani escuchó que el prelado decía: “Aquí hay un joven que tiene inquietudes por entrar al seminario, y yo le invito a que hable con su párroco”. En aquella misa había personas de bastante edad y él era el único joven. “Estaba claro que aquellas palabras no podían ser para nadie más que para mí“, recuerda Dani.

Empezó a pensar más seriamente sobre su vocación sacerdotal. Y fue un año y medio después cuando el joven respondió a aquella pregunta que un día le hizo su párroco.

Entró en el Seminario de Nuestra Señora de Altagracia. Después de tres años de formación allí, su obispo le envió a España para completar su formación en el Seminario Internacional Bidasoa. Al principio le costó adaptarse, pero pronto empezó a descubrir en este centro de la Fundación CARF otra familia, nuevos amigos y a consolidar su vocación.

Dani Alexander pensaba que ser sacerdote era algo muy grande, tal vez demasiado para él. Que requiere mucho esfuerzo y exige muchas renuncias. Ahora ya sabe que ese esfuerzo merece la pena y que las renuncias son menores porque, asegura, “ser seminarista no significa que tengas que borrar todo de tu vida anterior”, ni a las personas que te habían acompañado.

Se trata de que la prioridad es seguir y servir a Dios, y “prepararte lo mejor posible para la misión”. Dejó lo que tenía para quedarse “con la mejor perla”, como dice el Evangelio.

Su sueño ahora es poder regresar y servir en su diócesis, “para devolver todo lo que ha recibido”, responder bien a la responsabilidad de dar a conocer el Amor de Cristo y que todos puedan encontrarse con Él, como a él le pasó, “porque es lo más grande”.

No te pierdas el testimonio del joven seminarista CARF, Dani Alexander Guerrero Payano.

 

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