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Cien años del Instituto Cajal del CSIC: científicos católicos en la estela de Ramón y Cajal

Cien años del Instituto Cajal del CSIC: científicos católicos en la estela de Ramón y Cajal

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(Religión en Libertad) Se conmemora el centenario de la puesta en marcha del Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, centro de investigación fundado durante la monarquía parlamentaria confesional católica de Alfonso XIII en honor del primer Premio Nobel español en Fisiología o Medicina, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Ramón y Cajal era monárquico y confeso admirador del monarca, además de amigo personal. También era creyente en Dios y en el alma inmortal dentro del catolicismo hasta el día de su muerte, como ya explicamos en ReL.

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¿A qué político le encargó Alfonso XIII montar un laboratorio en condiciones para nuestro insigne científico? El mismo Santiago Ramón y Cajal lo dice en su autobiografía: al entonces presidente del gobierno Francisco Silvela (1845-1905), político conservador y católico practicante que participó en la restauración y la monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII.

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Alfonso XIII encargó a Francisco Silvela en 1900 un laboratorio para Ramón y Cajal; Silvela murió cinco años después y el laboratorio tardaría 20 años en llegar

Por Real Decreto de 20 de octubre de 1900, el Ministerio de la Gobernación concedió un presupuesto de 80.000 pesetas para la instalación de un Laboratorio de Investigación para Cajal. Este sería el germen del Instituto Cajal fundado en 1920, tras ganar Cajal en 1906 su Premio Nobel gracias al Laboratorio de Investigaciones Biológicas de 1900.

Sería el mismo monarca, es decir, Alfonso XIII, el que firmaría el decreto el 20 de febrero de 1920 para ampliar el laboratorio del ya Premio Nobel y crear el Instituto Cajal para investigaciones biológicas, cuyo centenario ahora se conmemora.

Las obras se iniciaron ese mismo año en la madrileña colina de San Blas, aunque no terminarían hasta después de jubilarse Cajal, que se quejó del lujo con el que se construyó, probablemente con bastante corrupción por medio. Cajal apenas trabajó en él y falleció en 1934. La II República se limitó a terminarlo e inaugurarlo, pero el proyecto era muy anterior.

La Escuela Histológica Española: el agustino Zacarías Martínez

Vale la pena mencionar a personalidades pertenecientes a la Escuela de Cajal, también llamada Escuela Histológica Española.

El primero al que quiero referirme es el agustino Zacarías Martínez Núñez, burgalés, que aprendió Latín y Humanidades estudiando con los dominicos. Dos años después de ordenarse sacerdote fue destinado a estudiar Ciencias Físico-Naturales en la Universidad Central de Madrid, donde acudió en obediencia. Fue un alumno aventajado de Cajal, algo que el premio Nobel recordó en el prólogo de la segunda parte de Estudios Biológicos.

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Zacarías Martínez Nuñez, doctor en Ciencias Naturales, agustino, y autor en 1910 de estas Conferencias Científicas Acerca de la Evolución Materialista y Atea

Zacarías Martínez obtuvo el grado de doctor por la Universidad de Madrid en 1893. Fue predicador de la Casa Real y también pedagogo de la Familia Real cuando el mismo Alfonso XIII le pidió colaborar en la formación de su sobrino, el infante Alfonso de Borbón, durante el primer semestre de 1917. En 1919 fue consagrado obispo de Huesca y en 1923 de Vitoria. En 1927 fue ascendido finalmente a arzobispo de Santiago de Compostela, donde falleció.

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Martínez Núñez siempre mantuvo el interés por la ciencia: fue miembro correspondiente de las Academias de Ciencias (Madrid), de Historia Natural (Madrid), de Ciencias Morales y Políticas (Madrid), y de Buenas Letras de Barcelona. Perteneció a numerosas sociedades científicas: Sociedad Ibérica de Zaragoza, Sociedad Astronómica de Francia, Pontificia de Nuovi Lincei de Roma, etc., y en 1924 le concedieron la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso XII.

José María Villaverde: psiquiatra fusilado en Paracuellos

Otro discípulo de Cajal que corrió peor suerte que el obispo mencionado fue el médico José María Villaverde y Larraz (1888-1936). Villaverde fue discípulo directo de Santiago Ramón y Cajal en Madrid, donde recibió el doctorado en 1919.

Villaverde estudió más tarde con Alois Alzheimer y en Zurich con Eugen Bleuler, de forma que a su vuelta a España se convirtió en su principal valedor. Villaverde también destacó en psiquiatría forense siendo perito de la defensa en sonados procesos judiciales de la época, como el del “crimen de Galapagar” o el del “crimen de Aravaca”, o en el terreno de la Higiene mental, colaborando con asociaciones como la Agrupación Española de Padres y Protectores de Anormales Mentales y Enfermos Mentales.

El doctor Villaverde era, como su maestro Cajal, conservador y monárquico, así como católico practicante. Además participó en el partido Renovación Española, monárquico y católico.

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Ramón y Cajal y sus discípulos, incluyendo al psiquiatra José María Villaverde

Al estallar la guerra se ausentó de su domicilio en Madrid, trasladándose a vivir a una pensión donde el 29 de septiembre de 1936 fue detenido por miembros del Frente Popular. Fue retenido primero en la Checa de Fomento y fusilado después en Paracuellos del Jarama (Madrid) en 1936.

Su asesinato contrasta con la actitud que Villaverde había tenido a principios de abril de 1931, antes de la proclamación de la República, con ocasión de la solicitud fiscal de pena de muerte para el doctor José Bago, implicado en la sublevación republicana de diciembre de 1930 en San Sebastián. En esa ocasión Villaverde firmó, junto a un nutrido grupo de profesionales, una carta solicitando la benevolencia del tribunal. Entre los firmantes se contaban personalidades como Juan Negrín, Gonzalo Rodríguez Lafora, Sanchís Banús, Gregorio Marañón, Jiménez Díaz.

Juan Marcilla, el valedor del Instituto tras la Guerra Civil

Tras la Guerra Civil, el Instituto Cajal podría haber desaparecido de no ser por el madrileño Juan Marcilla Arrazola (1886-1950).

Era ingeniero agrónomo y catedrático de universidad, especializado en la investigación y el desarrollo de la enología española (la ciencia que estudia el vino). Hay quien lo considera el ingeniero agrónomo español más importante del siglo XX.

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Marcilla ganó por concurso-oposición, en 1924, la Cátedra de Viticultura y Enología de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid. Su actividad científica en la microbiología de los vinos de Andalucía Occidental, centrando su atención en el estudio de las denominadas levaduras de flor, fue lo que le llevó a ser director fundador en 1933 del Centro de Investigaciones Vinícolas creado por la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas (FENICER), organismo ligado a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE).

1936: Marcilla y sus hermanas en la Checa de Fomento

Al empezar la Guerra Civil en 1936 fue depurado por el Frente Popular y apresado en la Checa de la calle Fomento de donde le salvó, junto con dos de sus hermanas, un guardia de asalto que había sido alumno suyo como capataz de bodega.

Marcilla no sólo era un católico devoto sino un hombre valiente que durante toda la Guerra Civil guardó en su casa al Santísimo y escondió a católicos perseguidos como el jesuita padre Larequi y Sor Ángela Díaz del Sagrado Corazón de Jesús.

En 1939 le vino el reconocimiento internacional siendo nombrado Vicepresidente de la Office International du Vin, actual OIV, máxima autoridad internacional sobre cuestiones vitivinícolas que más tarde premiaría su obra magna ‘Tratado práctico de viticultura y enología españolas’.

Marcilla, uno de los fundadores del CSIC

Después contribuiría a la fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) siendo uno de sus primeros vicepresidentes y segundo director del Instituto Santiago Ramón y Cajal de Investigaciones Biológicas, que es como pasó a llamarse el Instituto Cajal.

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Juan Marcilla enviudó el 22 de enero de 1943, con 50 años y 11 hijos bajo su cargo. Poco después, y en continuidad con su papel institucionalizador de la microbiología científica, fue Presidente fundador de la Sociedad Española de Microbiología (SEM), en 1946, cuya extraordinaria labor continúa en nuestros días. Recibió múltiples condecoraciones, entre las que cabe destacar la Cruz al Mérito Agrícola y la Cruz de Alfonso X El Sabio.

Como hemos indicado, Marcilla fue crucial tanto para evitar la desaparición del Instituto Cajal en el CSIC, como para la continuidad de la Escuela de Cajal y su legado. Fue Marcilla quien inauguraría el Museo Cajal del CSIC, siendo director del nuevo instituto, llevando así a cabo una de las últimas voluntades del Cajal.

El nombramiento de Marcilla como director del instituto continuador del Instituto Cajal fue crucial para ir más allá de las neurociencias en la actividad del mismo, tal y como se había previsto desde su creación antes de la contienda y como indica el Real Decreto fundacional.

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En la Academia de Ciencias Exactas, hablando de Dios y fe

En 1945 Marcilla tomó posesión como académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En su discurso se refería al “orden y la grandiosidad de la obra divina”:

‘Escasos méritos, ciertamente, y aun más si se considera que mi vocación halló apoyo al encontrar temas de aplicación a mis actividades profesionales, satisfacción en la acuciante aspiración de buscar la verdad, en la medida en que es posible a los humanos, y confirmación diaria de mi fe, al proporcionarme ocasión de meditar en la complejidad de la vida de los más pequeños seres vivos, en la que se refleja el orden y la grandiosidad de la obra divina con evidencia sólo comparable a la que nos ofrece la inmensidad de los espacios estelares”.

Hablando de la producción de ácido cítrico en España, tema al que dedicó importantes esfuerzos científicos, comentaba: “puede llegar a ser exportadora del importante producto que nos ocupa, derivado, por fermentación, de los azúcares, sintetizados a su vez gracias a la energía fotoquímica que Dios nos concedió superabundante bajo los cielos españoles“.

José Mª Albareda y Herrera, secretario general fundador del CSIC, respondió al discurso de Marcilla señalando también su enfoque de cristiano que investiga la naturaleza: “El cristianismo profundo de Marcilla produce esa sencillez que está en lo íntimo de su personalidad, y no ya sólo como una consecuencia virtuosa de la modestia, sino además como posición de una inteligencia religiosa abierta, que no concibe que la marcha del mundo vaya a pender del descubrimiento de una modalidad fermentativa, de una nueva representación del mecanismo atómico, o de cualquiera de esas obras culminantes del entendimiento, esfuerzo prócer de la razón humana, cuyo feliz resultado es como el parpadeo estelar en la inmensidad celeste”.

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