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Emocionante testimonio de una familia de acogida: La presencia del Señor en casa

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Marisa y Carlos son un matrimonio con una familia como el resto de personas, solamente poseen una característica que igual no tenemos muchos de nosotros o que no es habitual encontrar en una sociedad cuya natalidad no deja de disminuir. Ellos han apostado por la vida, pero por la vida en mayúsculas porque ellos son una familia de acogida. Sus hijos, como el del resto de familias viven el día a día con sus padres pero con la complejidad que tienen dificultades físicas y psíquicas que hace que sus padres, Marisa y Carlos tengan que tener una atención continuada con ellos.

«Mientras esperábamos hijos como familia, surgió en aquella época la primera campaña en la Comunidad de Madrid de acogimientos que era, ‘Se necesitaban abrazos’, nosotros pensamos que mientras venían los nuestros podríamos abrir nuestra casa y compartir con un menor que necesitaba un hogar, eso lo podíamos a hacer perfectamente sin necesidad de irnos a África», explica Marisa.

La primera de sus hijas, llegó con diez años en una experiencia que califican de dura, fuerte pero a la vez con mucha necesidad de Dios. «Era tal con la complejidad con la que venían, que intentas recuperarla al principio, pero poco a poco te das cuenta que lo que haces es aliviar, sanar y estar».

El acogimiento es abrir tu hogar y hacerte cargo de la guarda y protección de los menores, de su educación, formación al igual que lo haces con tus hijos, porque ellos también lo son a partir de ese momento. Hay una gran diferencia a cuando son hijos adoptados que de familias de acogida, en éstas últimas se permite la visita de los padres biológicos a diferencia de la adopción.

Al año realizaron otro acogimiento para que su hija no se sintiera sola, y es así como vino Víctor. «Víctor vino con cinco meses, tenía muchos problemas pero a nosotros nunca nos importó, creíamos que era un privilegio el poder tener a un bebé en casa, el tema de la enfermedad que tuviera nunca nos afectó, nos enamoramos de él desde el primer momento». Ellos sentían que el mundo no se daba cuenta que ese tesoro que estaba ahí y que les habían dado de forma tan fácil, que la sociedad que no daba cuenta del valor de estas personas. «Ya empezó a haber una transformación en nosotros de valorar la vida, de valorar cada persona que venía a casa, de darle esa magnitud de hijo de Dios con un proyecto de vida y nosotros estábamos siendo testigos colaborando con ellos y estando a su lado».

La necesidad de Dios estaba siempre presente pero también con Victor que les reclamaba mucha atención porque es muy dependiente ya que no anda ni habla a pesar de tener 18 años y seguir viviendo con ellos. A lo largo de este proceso de acogimiento hay una preocupación de los padres biológicos hacia sus hijos, de situaciones complicadas que han vivido con ellos. «Depende un poco de cada uno, hay familia que están más presentes y otros que no pueden estar», explica Marisa.

 

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