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«Allí veo a Cristo vivo todos los días» – Testimonio de Sofía Quintans, misionera franciscana

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Sofía Quintans Bouzada, misionera franciscana de la Madre del Divino Pastor, lleva 3 años en Boa Vista (Brasil), en un lugar de oscuridad «donde se puede ver a diario la luz de Dios que brilla fuertemente, muy fuerte». «Soy muy afortunada de estar con Cristo todos los días», nos dice. En sus palabras y con enorme sencillez se descubre la dimensión espiritual de una vida entregada a servir a Dios y al prójimo. Escuchar y ver a Sofía Quintans es tener un encuentro directo con la Luz de Jesucristo en forma de vocación misionera. 

«Jesús se fijó en mi y yo me enamoré. Por eso le doy mi vida y soy feliz»
Sofia creció en una familia creyente y fue educada en la fe por unos padres «muy comprometidos con el prójimo y muy amorosos». Recuerda nítidamente la llamada que recibió el mismo día de su Primera Comunión: «Se escuchaba una canción que decía vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está, y quedó cautivada por «un Jesús profundamente humano, que se conmueve y se siente triste». «A partir de ahí -dice Sofía- seguí creciendo como cualquier niña de mi edad y tuve mis dificultades de adolescente, las cosas normales», dice. Por eso, «siendo una chica sencilla y normal, me conquistó que Jesús se fijara en mi, sin tener yo grandes cualidades», nos cuenta. Pero lo tenía bien claro. Otro momento que marcó claramente su vocación fue una Pascua franciscana, antes de entrar en la Universidad. «El lema era un pan que se parte, un cuerpo que se da, una vida que se dona. Y eso era lo que yo quería vivir», dice la misionera.

Durante su etapa universitaria, en Salamanca, vivió un discernimiento pausado, bonito y acompañado, siempre con una raíz franciscana de amor a Jesús, de seguimiento manso y humilde. Y también siempre muy marcada su experiencia de la misión. Avanzó en esos años en su crecimiento espiritual: «Me encontré con la Iglesia como Madre y como Hermana, de donde recibo lo más rico que soy y tengo, y también un encuentro muy fuerte con la Palabra de Dios y el compromiso en la vida pública» para decir delante de todos y sin miedo «soy cristiana», y actuar en consecuencia. Dio un paso adelante, «porque siempre sentí que Dios me pedía aún más» y fue en el momento en que Dios quiso y ella menos esperaba cuando surgió la oportunidad de ir como misionera a Angola. «Ahí creo que ya recibí el ‘pasaporte de misionera’ -bromea-, porque fue donde el Señor fue reescribiendo mi historia, donde aprendí a soltar mi yo y dejarme para volver a aprender» la vida.

Hace tres años se le asignó la fundación de una nueva comunidad en Boa Vista (Brasil), en el estado de Roraima (Brasil), donde desde entonces trabaja junto a dos hermanas franciscanas -cada una de países diferentes-, atendiendo a los refugiados venezolanos que llegan a la frontera exhaustos y habiendo dejado su vida entera atrás. Entre ellos llegan muchos niños solos. En los campos de refugiados (llamados «abrigos»), las misioneras trabajan en red, en un modelo absolutamente inusual y ejemplar, con instituciones del Gobierno, contingentes militares del país y de la ONU, las ONGs y la Iglesia colocando a la persona en el centro, para ayudarles a recomponerse y a recuperar fuerzas hasta que están en disposición de empezar una nueva vida en otro país. Es vivir de forma real y todos los días «el fratelli tutti que promulga el Papa», -asegura la misionera-. Este modelo de trabajo demuestra claramente que, si se quiere, se pueden aunar recursos y esfuerzos interinstitucionales para trabajar en favor de la dignidad humana.

Ya cumplidos los 40, Sofía Quintans se siente hoy incluso más feliz con su vida de entrega y aprendizaje continuado. Considera que su vida misionera es un don que Dios le ha regalado. «En esta vida cada uno pone de su parte y con su fragilidad hace lo que puede, pero ¡Dios da tanto! que esta es una vida bella, maravillosa y que el mundo necesita». En su día a día, esta misionera franciscana es testigo no solo de Cristo vivo, sino también de que es posible vivir en paz «si lo hacemos entusiasmados por esa belleza de Dios, que nos conquista y que le dice al mundo que es posible la fraternidad», que podemos vivir en armonía a pesar de las dificultades, «que vale la pena tener poco, que no hace falta tener tanto. Es tan bonita nuestra vida que yo le diría al mundo que no tenga miedo, que se abra a vivir la vida desde abajo, desde dentro, desde lo profundo».

¡No te pierdas este testimonio!

 

*Agradecemos a Obras Misionales Pontificias (OMP) las facilidades para realizar esta entrevista con la hermana Sofía Quintans.

 

 

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