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Lunes, S. Francisco de Asís. 4-10-2021

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“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”

Evangelio según S. Lucas 1, 26-38

Se presentó un maestro de la Ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Él respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios, se los dio al posadero, y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» Él contestó: «El que practicó misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Meditación sobre el Evangelio

Juntar esos dos amores en un precepto, es un lema que le gustaba al Maestro. Dibujaba muy sencilla, muy clara su doctrina para que pudiesen vivirla, y la resumía en este amor a Dios y al prójimo. A Dios no le podemos amar tomando como pauta a nosotros mismos; pues no padece hambre, ni enfermedad, ni escasez, etc.

Al prójimo, empero, nuestro amor se puede concretar de otro modo y amarrar más a la realidad: Mira lo que quieres para ti; pues bien, cuando lo que quieras para ti lo quieras para el prójimo, entonces es cuando le amas; otro proceder no es amar.
No es que el amor al prójimo sea en cantidad como el amor a mí; esto es verdad y es mentira. Es verdad, si me aprieto tanto en amor a él que más que ser él, es yo, más que ser yo, soy él. Es mentira si se quiere decir que a Dios debo amarle más que a mí, pero al prójimo no. El amor, cuando es de veras, ama más al otro, o muy débil es; y el amor cristiano es fuertísimo hasta decir Jesús: «Amad como yo os he amado».

Para recalcar que lo que importa en el amor de Dios es el amor del prójimo y que sólo entonces es verdadero, Jesús saca dos personajes de los que comúnmente se piensa que aman a Dios: un sacerdote y un caballero piadoso. Estos dos personajes, frecuentadores del templo santo, de las alabanzas divinas, del culto al Altísimo, ven al desgraciado y sin cuidarse de él, siguen adelante. Su amor a Dios es engañoso, no tienen vida, porque no aman al prójimo. Retrata así a una bandada de piadosos, a quienes preocupa poco o nada la necesidad y la angustia, o el buen y mal pasar, de los demás.

Para resaltar que lo importante en el amor de Dios es el amor al prójimo, produce un personaje de los que comúnmente se juzga distante de Dios: un samaritano, es decir, un sujeto que jamás ponía los pies en el templo; tipo tan despreciable a los fieles que equivalía a tener un demonio en el cuerpo; por eso insultaban a Cristo: «Cállate, que tienes un demonio y eres un samaritano».

Este hombre socorre al desdichado, aunque era de adversa nacionalidad y de contrarias ideas, o sea, adversario político-nacional y religioso. Le cura las heridas, carga con él, lo aposenta en la posada, permanece con él aquella noche, paga por adelantado la estancia de seis días al posadero y se lo encomienda muy encomendado, prometiéndole cubrir todos los gastos.

La parábola tácitamente está diciendo: «Este era el hombre de Dios, aunque le faltasen exterioridades religiosas. Para Dios, la exterioridad religiosa es este amor interior, exteriorizado en atenciones al hijo suyo, que es todo hombre.
Ahora una salida elocuente por demás. Le había preguntado el escriba: ¿Quién es mi prójimo? El Maestro responde: Prójimo es todo aquel de quien tú te haces prójimo; todo aquel a quien te aproximas. A todo hombre quiere Dios que te aproximes como se aproxima Él, como se aproxima Cristo que vino del cielo a la tierra y se hizo uno de nosotros y se confundió entre los hombres, para darnos su bien y su vida.

«¿Quién se mostró prójimo?». Prójimo lo sois todos, pero aquí solamente uno vivió su ser prójimo. Prójimos tuyos, a todos los hizo Dios, para que fueran atendidos y amados. Prójimo te has de hacer tú, a tu vez, para que no sólo sean prójimos porque los constituyó el corazón de Dios hermanos tuyos, sino porque los aproximó a ti el corazón tuyo. Entonces es cuando te haces vitalmente prójimo de ellos, y ellos lo son tuyos; por Dios y por ti. -«Se mostró prójimo el que ejercitó con él misericordia». -Pues ve tú y haz lo mismo».

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