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Papa Francisco exhorta a abandonarse con confianza en Dios en todo momento

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(ACI) La imagen de Cristo bajo la tempestad, caminando sobre las aguas del mar de Galilea frente a unos aterrorizados apóstoles que al ver al Maestro pensaron que se trataba de un fantasma, es la escena evangélica empleada por el Papa Francisco durante el Ángelus celebrado este domingo 9 de agosto en la Plaza de San Pedro del Vaticano para mostrar cómo Jesús alimenta y fortalece la fe de los cristianos incluso ante las mayores dificultades.

Este episodio se produce inmediatamente después de la multiplicación de los panes y los peces para dar de comer a la multitud que seguía a Jesús por Galilea. “Después de haber dado de comer a la multitud con cinco panes y dos peces, Jesús ordena a los discípulos subir a la barca y volver a la otra orilla”, explicó el Pontífice.

Una vez desembarcado en la otra orilla, Jesús se retiró a una colina para rezar solo. “Se sumerge en la comunión con el Padre”. Mientras tanto, los discípulos de Jesús se quedaron en la barca en medio del lago.

Pero una tormenta les sorprende y pierden el control de la barca. “A un cierto punto, vieron a alguien que caminaba sobre las aguas e iba hacia ellos. Se turbaron pensando que era un fantasma y gritaron con miedo. Jesús les tranquiliza: ‘¡Ánimo!, que soy yo; no temáis’. Pedro responde ‘Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas’. Y Jesús le dice: ‘¡Ven!’”.

El Papa Francisco explicó a los fieles que congregados en la Plaza de San Pedro que “esta historia es una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación”.

“Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y parece que nos hundimos, no tenemos que avergonzarnos de gritar, como Pedro: ‘¡Señor, sálvame!’. ¡Es una bonita oración! Y el gesto de Jesús, que enseguida tiende su mano y agarra la de su amigo, debe ser contemplado durante mucho tiempo: Jesús es esto, es la mano del Padre que nunca nos abandona: la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien”.

El Pontífice insistió: “Dios no es el huracán, el incendio, el terremoto; Dios es la brisa ligera que no se impone, sino que pide escuchar. Tener fe quiere decir, en medio de la tempestad, tener el corazón dirigido a Dios, a su amor, a su ternura de Padre”.

En este fragmento evangélico, “Jesús quería enseñar esto a Pedro y a los discípulos, y también hoy a nosotros. Él sabe bien que nuestra fe es pobre y que nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas”.

La barca a merced de la tormenta “es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, a veces pruebas muy duras: pensemos en ciertas persecuciones largas y amargas del siglo pasado”.

En esas situaciones, “puede tener la tentación de pensar que Dios la ha abandonado. Pero en realidad es precisamente en esos momentos que resplandece más el testimonio de la fe, del amor y de la esperanza. Es la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia que dona la gracia del testimonio hasta el martirio, del que brotan nuevos cristianos y frutos de reconciliación y de paz por el mundo entero”.

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