‘Ayla: La hija de la guerra’: un canto a la vida y a la humanidad
(Crítica cedida por la Fundación López Quintás)
(Cinemanet) Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Corea quedó dividida en dos estados: la República Popular Democrática de Corea en el norte, bajo la influencia de la Unión Soviética, y la República de Corea en el sur, bajo la égida de los Estados Unidos. Cinco años después, la permanente tensión latente entre ambos estados acabó convirtiéndose en una guerra abierta cuando Corea del Norte invadió Corea del Sur, el 25 de junio de 1950.
Una rápida intervención del ejército de EE. UU. y otras naciones -entre las cuales se contaba Turquía-, bajo mandato de la ONU, obligó a las tropas norcoreanas a replegarse al norte de la frontera. Pero, cuando parecía que la guerra había terminado, entró en el conflicto la República Popular China, con apoyo armamentístico de la Unión Soviética, para reforzar a las fuerzas de Corea del Norte. Con ello se reavivó la que ha llegaría a ser considerada una de las guerras más crueles y sanguinarias de la historia.
Al principio de las hostilidades, en medio de un escenario de horror, el sargento Süleyman, de la brigada de Turquía, encuentra a una niña sola, aterida de frío, llorando amargamente, asida a la mano de su madre muerta. Sin dudarlo, la toma en sus brazos y se la lleva consigo. Entre ambos se crea de inmediato un sólido lazo de profundo afecto. La niña está bajo shock, no puede ni articular una palabra, solo se aferra con fuerza a Süleyman.
Este, ya que no conoce el nombre de la pequeña, decide llamarla Ayla, por su carita redonda como la luna y porque era luna llena el día que la encontraron. Con la ayuda de sus compañeros y de sus jefes inmediatos, el soldado consigue retener a Ayla con él, pero el futuro en común presenta más sombras que luces.
La película está basada en la historia real de Süleyman Dilnirligi, un sargento de la brigada de Turquñia enviado a la Guerra de Corea, donde encontró a una niña a la que decidió, primero proteger, luego prohijar. El film de Can Ulkayse inspira, además, en el documental del año 2010 Ayla, My Korean Daughter realizado por el canal coreano MBC, que relata esta historia real con profusión de datos.
Can Ulkay hace un trabajo excelente, combinando con agilidad las secuencias bélicas con momentos dramáticos y escenas conmovedoras. Sin embargo, no es propiamente una película bélica, aunque el marco en el que se desarrolla sea una guerra terrible. El centro del relato no es el conflicto armado entre las dos Coreas, sino la relación filial de Ayla y Süleyman y su deseo de no separarse jamás.
El reparto funciona bien en general, pero hay que destacar especialmente a Ismail Hacioglu como el sargento turco en su juventud y a la adorable Kim Seol, una Ayla que cualquiera quisiera acoger en su hogar. Algunas escenas son de una delicadeza que no necesita ni palabras para conmover, como cuando el soldado, rebosando ternura, cepilla el pelo de la niña con un peine para piojos y la baña después en un balde, o esa otra en que Süleyman, ya anciano, está solo ante Dios, en oración silenciosa, con el recuerdo de Ayla muy vivo en su corazón.
Se le puede achacar a la película un exceso de metraje en el núcleo de la historia, en el sentido de que hay escenas reiterativas y que, por tanto, no aportan prácticamente nada, como si la acción no avanzara. Sin embargo, al final, cuando la historia da el salto a cincuenta años más tarde y se reaviva de nuevo el drama, el hilo argumental se precipita hacia el desenlace, dejando vacío ese paréntesis de medio siglo.
Se echan de menos algunos detalles más lo que ha sido la vida de Süleyman, el contexto en el que se ha mantenido la fidelidad a una promesa de amor. Los últimos minutos desmerecen un poco el ritmo equilibrado del relato. Un pequeño defecto para un film maravilloso.
La película se ve con sumo gusto, conmueve hasta las lágrimas, esponja el alma y deja ese dulce regusto de comprobar cómo el ser humano, aun en circunstancias de violencia extrema, como una guerra, puede conservar limpio el corazón y desbordar bondad y generosidad. Ayla: La hija de la guerra transmite el gozo de la esperanza. Es un canto de fe en la vida y en la humanidad, pues incluso en un mundo herido de crueldad sin límites, el amor y la fidelidad son posibles.
Los auténticos protagonistas, el anciano Süleyman Dilnirligi y su querida hija Ayla, pudieron asistir juntos al estreno. Fue un final feliz para la vida de Süleyman, quien falleció dos meses después, a los 91 años (12 horas más tarde fallecía también su querida esposa Nimet). De la vida real surgió la película y, finalmente los personajes reales volvieron a entrar en la historia del cine. La vida y el cine, el cine y la vida, siempre íntimamente unidos.
Una película extraordinaria que nadie debería perderse.
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