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Martes 9º Tiempo Ordinario 06-06-2017

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«Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»

Evangelio según S. Marcos 12, 13-17

Enviaron a Jesús algunos de los fariseos y de los herodianos, para cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?”. Jesús, adivinando su hipocresía, les replicó: “¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea”. Se lo trajeron. Y él les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?”. Le contestaron: “Del César”. Les replicó: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Y se quedaron admirados

 

Meditación sobre el Evangelio

Taimadamente estos «selectos» meten entre el auditorio a discípulos suyos; traman que el Maestro respondiera sin cautela, para que conteste un despropósito que le complique con las autoridades romanas. La pregunta sea tal, que responder con franqueza sea ofender al Gobernador romano. Prepararon la trampa y extendieron la red. Hipócritas se ven obligados a utilizar para su farsa una frase reveladora del prestigio que aureolaba al Maestro. Destacan algo suyo que a todos admiraba, su sinceridad; cómo al enseñar el camino a Dios, lo hacía con una convicción y una verdad absoluta, sin achicarse por autoridades en contra, ni subordinándose a complacer a los notables, sino guardando fidelidad a la verdad.

Para manifestarla no fijaba la mirada en la persona, a ver si era pobre o rico, débil o poderoso: «No miras al exterior de los hombres, no tienes acepción de personas». Pocos imitan en esto a Cristo; incluso señalarán por virtuoso al que acomode la doctrina y la varíe según el semblante de ciertas personas. La pregunta era vidriosísima. En secreto los «selectos» rabiaban contra dicho impuesto, pero lo pagaban; ni en público soltaban su desaprobación, por temor a represalias de la autoridad civil.Incítanle a una respuesta que pueda denunciarse al Procurador romano. ¡Impostores, que denunciarán al que manifiesta lo mismo que ellos piensan! Esto parecerá imposible, pero no es solamente fenómeno de aquel tiempo. Tales actitudes son consecuencia de pésimos corazones.

Listo Jesús, penetró su falsía y entendió que eran echadizos de los otros. Y como era sincero se lo estampó en la cara: ¡Hipócritas! Si contestaba que se pagara el impuesto, se desprestigiaba con el pueblo; si contestaba que no, caería en las manos de la justicia romana. Esto último era lo que más deseaban. Les hace traer un denario de plata; en él estaba acuñada la efigie del emperador. Como esta moneda ni se admitía en el templo, ni la aprobaban los moralistas para las transacciones entre judíos, aunque la permitían en orden al impuesto romano, la solución fue habilísima.No fue meramente la habilidad lo que le sacó triunfante de la maulería adversaria, sino la doctrina que encerró en aquella frase. Dad al César lo que es del César, dad a cada cual lo que es suyo o por posesión particular o por mando legítimo o por cualquier otro motivo que os haga deudores a él. Los hombres, por disposición de Dios, tienen derechos que les debemos respetar, posesiones que les debemos reconocer, prerrogativas singulares a que nos debemos rendir; no sólo en lo económico, sino en cualquier otro orden.

Es un postulado de la caridad, la cual haciéndonos a todos como un cuerpo, miembros unos de los otros, nos lleva a darle a cada uno cuanto le compete, para el armonioso funcionamiento de todo el organismo. Dad a la mano lo de la mano, dad al brazo lo del brazo, «dad al César lo que es del César». « Y a Dios lo que es de Dios». Todo es de Dios, mas la mayor parte de su propiedad la ha puesto en manos de los hombres, sus hijos, y entregándosela a éstos se la entregamos a Dios.
Apunta Jesús una verdad que siempre quiere que entiendan y no acaban de entender. El reino de Dios no es como los de este mundo; no está en pugna con el reino de un César; el reino de Dios, para el que instituyó a Israel, no está en una liberación de invasores militares, ni en una hegemonía sobre las naciones y potencias. El reino de Dios es vuestra caridad, vuestra esperanza en el Padre, vuestra fe que mueve montañas y relampaguea de amor.

No son monedas lo que busca Dios, sino que se las deis a sus dueños; no son tributos dinerarios, sino para el gobierno y la administración que os rige. Lo que pertenece a Dios es que en todas vuestras relaciones con los hombres, procedáis con justicia y respeto mutuos, con caridad y amor unos a otros. A ver cuándo por fin os convencéis de que no consiste su reino en dinero ni en impuestos, ni en ejércitos, ni en independencia patria; sino en hijos de Dios que sienten la esperanza y aman como Él: «Dad a Dios lo que es de Dios». No les explanó la frase; ahora convenía concluirlos con una frase, dejarlos turulatos con una respuesta superior. Respuesta densa que entienda el que tenga espíritu para entender.

En efecto, reseña el evangelista, se quedaron asombrados de tanta habilidad y tanto fondo. Cerraron los labios.

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