“¡Si reconocieras en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos”
Evangelio según S. Lucas 19, 41-44
Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella mientras decía: «¡Si reconocieras en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de tu visita».
Meditación sobre el Evangelio
Allí estaba con su rango de capital, Jerusalén, sagrada y altiva, obstinada y de piedra. Semejaba la mano devota de Israel ofreciendo a Yahvé su adoración construida como un templo de oro. Pero era reprobable, porque ambicionaba la altura y no el amor de hermanos. La creó Dios para ser joya: y aunque brillaba como un diamante en su montura de oro, se había tornado falsa y era ninguno su valor.
Impresionaba a las pupilas la visión de lo que pudo ser, de lo que Dios la prefirió, de que exquisitamente quiso engastarla en el amor; mas había mancillado su alcurnia y hecho dejación de su destino. Su brillo habla de los amores de Dios que la quisieron; su realidad era trágica de ingratitud y negrura.
Es Dios primoroso artífice; mas la joya mejor que sueña, se convierte en basura si el hombre no acepta la caridad. Es el mensaje de Dios mandado por Cristo. Jerusalén conservando el templo y las adoraciones, relegó al prójimo y postergó la caridad. Rechazó la alianza nueva, una alianza de esposa, una alianza de amor, y se negó a Jesús.
Es admirable Dios en su caridad, en su paciencia esperando, paciencia de amor; aún más admirable en casos de predilección, cuando golpe tras golpe todavía se aferra a ilusiones y esperanzas acerca de su amadísimo. Está terminando Jerusalén con las ilusiones que en ella puso Dios. En las relaciones con Dios, desencantarse Dios es perderlo todo, puesto que ello es preferir a su rival: El egoísmo frente al amor, el mal frente al bien, el demonio en vez de Dios.
Como en una despedida, Jesús llora; todavía es tiempo oportuno y suplica; suplica e implora al amado despreciativo, de pedernal. Mi visita es de paz. Te traigo paz con el cielo, con los hombres; un manantío de felicidad y sosiego en tu interior. Intimando con Dios, poseído del amor, tu conciencia tendría la libertad del hijo y la paz de quien no tiene juez; porque «el amor echa fuera el temor», puesto que su Amor es el que lo va a juzgar; y es una seguridad placentera ser juzgado por nuestro Infinito Enamorado.
¿Qué te pasa que viendo no ves? La palabra de Dios no la recoge tu oído, ni ves lo que Dios te pone ante los ojos. No se le repudia impunemente a Dios ;no se desprecia indemne su evangelio. Espantoso final de quien por ser más amado, resultó más ingrato; del que acercándosele más la verdad a los ojos, los cerró para no ver.
Ejércitos te sitiará y destruirán. A ti y a tus hijos estrellarán contra el suelo; porque no has querido conocer que Dios te visitaba. Con Jesús le visitaba, con su evangelio, aquella doctrina que une con Dios y con los hombres como a un Padre y a unos hermanos divinos. No quisiste la ventura, tendrás la desventura; no quisiste el cielo, tendrás el infierno; un infierno de maldad, de guerras, de enemigos y de odios.
Llanto de Jesús que ama, a pesar de que tan mal se portan. Se estira mucho el amor, pero ya se ve que su elasticidad se rompe. Rota la cuerda, se precipitarán al abismo. Como siempre, el mal fundamental consiste en una tesitura maligna del corazón que le lleva a disociarse de la verdad: «No has conocido el tiempo de tu visita».
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