Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
Evangelio según S. Lucas 12, 49-53
Dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra: ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
Meditación sobre el Evangelio
Doctrina es la de Cristo que echada en el mundo será un incendio. Vive con ansias de esa llamarada. Incendio que mientras a unos purifica y los sublima, es a la par un chisporroteo de lucha y una conflagración con parte del mundo que entablará la guerra. Cuando surja esa llamarada, es que la caridad ha entrado en la tierra. Choca el eslabón y el pedernal, salta la chispa; cuando salte el fuego, es que en el macizo egoísmo, ha hecho su impacto la caridad y el pedernal vomita fuego contra ella.
No vino Jesús a dejar el mundo como estaba, en pacífica posesión del mal, callada laguna de efluvios nauseabundos. En cuando se remueve la superficie para extraer los desechos, se alzará de éstos una batalla de hedor. Vino Jesús a traer guerra; propiamente trae el bien, la paz del bien. Y por traerla, provoca la guerra de los malos.
En paz parece el tumor escondido, y arma clamor de sangre y dolor cuando tratan de extirparlo; él era una destrucción sin ruido que devoraba los tejidos. Va el mal devorando a los hombres; trastornos que asoman por doquier, nacen de ese mal radical que se llama egoísmo; pero vive en el incógnito, agazapado en la oscuridad, siniestro, mentidamente pacífico. Hacerle guerra es laborar por la auténtica paz.
Jesús trae la paz; la guerra la encienden los malos. Jesús trae el amor; el odio y la iniquidad, la ferocidad y encarnizamiento, es del malo. No se amilana Cristo, ni se amilanan los suyos. Como la cizaña se mezcla con el trigo, habrá en una misma casa, malos frente a buenos; surgirán dos razas antagónicas (cuando sólo debiera haber una), la del Malo y la de Dios, la egoísta y la caritativa. Cada una con sus caracteres y genes diferentes, diversísimos dentro de la misma sangre, en los del mismo hogar, entre los salidos del mismo vientre.
Una fuerza más grande que la carne y sangre unirá a los del mismo espíritu y enfrentará a los de espíritu dispar. San Juan los apellida respectivamente hijos de Dios o hijos del diablo. Se los descubrirá por el corazón, según que amen al prójimo o no.
La campanada para el comienzo del Espíritu en la tierra se da en la muerte de Cristo; primer caído en esta guerra, adelantado de la caridad, fuente de ella para los hombres, primer victorioso sobre el egoísmo en la nueva época, que se anuncia con su baño de sangre, baño de una caridad hasta la muerte.
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