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Martes 17º del Tiempo Ordinario.- Feria. 27-07-2021

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“El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran la iniquidad y los arrojarán al horno de fuego.”

Evangelio según S. Mateo 13, 36-43

Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran la iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Meditación sobre el Evangelio

S e fue a su casa. Bendita casa donde Jesús moraba en familia, agrupado a un hogar. María y Jesús, ¡cuántos hijos nacidos de su corazón, de su sangre, de sus lágrimas… y de sus alegrías! Los discípulos le pidieron explicara la parábola de la cizaña en el campo. Salió Cristo a su tierra a sembrar la palabra: «La palabra de Dios es la semilla»; una vez sembrada ha retornado al cielo. Salió Satanás a esa tierra, silencioso, cauteloso, tenebroso, a sembrar semilla venenosa. Jesús siembra la luz del día, claramente se manifiesta y predica; Satanás, sin dejarse notar, inadvertido, como una sombra, no quiere que los hombres se aperciban de que él se entromete y trabaja; así, a mansalva perpetra sus fechorías; nadie le tendrá en cuenta a la hora de raciocinar y arbitrar soluciones.

La buena semilla floreció; eran los hijos del reino, la generación de la caridad. La mala semilla nació; eran los hijos del Malo, la generación sin amor: «En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo». Otra vez el encuentro de Cristo y Satanás. Cristo propaga el amor; Satanás el egoísmo. La semilla de Cristo es rubia como el oro; la de Satanás es negra como la maldad. Es un hecho que el Maestro anuncia: Estaremos mezclados buenos y malos en esta tierra; en el mismo surco, en la misma parcela, trigo y cizaña; en la misma comunidad, en la misma asociación, en la misma familia, habrá mezcla de hijos de Dios y del demonio. Las apariencias serán con frecuencia iguales; ambos irán a misa, ambos vestirán el mismo hábito, ambos en la misma empresa, los mismos cuadros e imágenes.

Como la cizaña y el trigo tienen casi todo el tiempo las mismas apariencias, tallo delgado, hueco, verde, nudos espaciados, de modo que sólo un ojo perspicaz notará la diferencia; así en la humanidad plantó el demonio semilla, no de cardos alarmantes ni matorrales de alboroto, sino cizaña solapada y mojigata, remedo de una planta que no es, indistinta en las primera apariencias.
Jesús nos prevendrá otras veces cómo distinguir el trigo: En la caridad, «en esto se conocerá que sois míos». En todo imita la cizaña al trigo, menos en ser trigo; en todo imitarán al bueno los simios del Malo, menos en dar amor. El demonio explota de rabia contra esta doctrina que lo descubre, y vomita bilis. Basta un poco de observación. Tal ha compuesto Dios el mundo, que estamos entrelazados. Y arrancar la cizaña y matar los malos, traería en general multitud de perjuicios para los buenos: En tal casa, los hijos quedaban huérfanos; en tal otra, el esposo sin su esposa; en tal ciencia, el científico que la impulsa desaparecería; en tal ministerio, el político que logra un avance a la nación.

Es decir, que en el mundo presente están tan entramados los hombres que, a las veces, arrancar un malo sería arrancar mucho bueno. Que Dios podría haber fabricado otro mundo, es verdad; pero ha fabricado éste, por lo que sea. Y para éste nos instruye Jesús. Al final del mundo vendrá la separación. La siega se verifica al tiempo que cada cual muere, y asimismo la separación. Jesús presenta toda la siega y discriminación como hecha cuando está terminada, al fin del mundo; es aquel juicio, síntesis del tenido con todos a través de los siglos, cuando los ángeles separarán los buenos a la derecha y los malos a la izquierda.
Jesús es señor de los ángeles; ellos le sirven y le ayudan, ellos le avisan del mal disperso en su campo y ellos atienden sus órdenes. El Padre ha puesto el juicio en sus manos.

Tanto se ha identificado su pensar con el Padre, que el Padre todo lo ha depositado en sus manos, porque decretará, castigará, perdonará, como lo haría el Padre. Son los ángeles sus servidores. Bello corazón el de los ángeles, que gozan en este servicio de amor a los hombres, en esta reunión de amor a Jesús el Hijo del Hombre; protectores de las espigas, guardianes de nosotros, acompañados cada uno por su ángel o por sus ángeles.
Al final del mundo, como se recoge la broza en un montón, así también de entre los hijos de Dios que son el reino, separarán a los malos en gavillas y con ellos sus escándalos, o sea, el mal que causaron por doquier. Ya será un reino sin malos y sin males.

Irán al horno como hierba seca los que cometieron la iniquidad «¿y qué es la iniquidad sino los que no tienen caridad, pues plenitud de la ley es la caridad?» (San Agustín). Así dirá a los de la cizaña: «Id malditos al fuego porque no tuvisteis caridad con mis hermanos ni conmigo, pues lo que hicisteis con mis hermanos menores, conmigo lo hicisteis». «El llanto y rechinar de dientes». Describe con dos trazos lo que es la vida del condenado: Maldad, egoísmo enconado, odio y despecho contra el bueno y contra el bien, rabia de inarrepentido fracasado perseverante en su desamor = rechina los dientes. Y llanto = desgraciada vida tal, tormento de sí misma, luctuoso autodestino. Los justos resplandecerán como el sol. Faltan expresiones a los idiomas para describir la dicha que nos aguarda, la resplandeciente vida que es el amor cuando la chispa, concentrada que es aquí, explote y se despliegue en abanico de rueda como el sol. El Sol es Dios: «Aún no aparece lo que somos; allí aparecerá y seremos semejantes a Él».

Estaremos con «nuestro Padre», en el reino de nuestro Padre, que es decir el reino nuestro, porque andaremos como hijos en nuestra casa y todo lo suyo es nuestro. Y sobre todo gozaremos de estar con nuestro Amor, que es tan grande que los demás somos pollitos bajo sus alas. Por eso lo denominamos Padre; porque Él es tanto que, dándonos su ser de amor, y dándolo a todos, sigue siendo inmensamente más Amor que todos.En el reino del Amor viven los amadores, los hijos en el reino de su Padre. Y siendo amores, son brillantes como el sol. Sol los unos para los otros.

«Quién tenga oídos que oiga».

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