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De experimentar relaciones tóxicas, la Ouija y el budismo a ser feliz con la adoración y la misa

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Es la cuarta de cuatro hermanos de una familia católica. Aina recuerda su infancia como una época de grandes carencias afectivas por la educación de sus padres. «Mis padres eran hijos de militares por lo que mi madre nos hacía contestar de una forma disciplinada», recuerda. Esta disciplina ya era un obstáculo y un rechazo fuerte para Aina que se rebelaba antes las imposiciones que le hacían.

El sentimiento era de sentirse como una niña que no encajaba en el mundo que le había tocado vivir pero a la vez sentía desde muy pequeña una fuerte conexión con Dios. «Sentía desde pequeña esa amistad con Dios, como amigo le contaba las cosas que me pasaban y aquello que me preocupaba y en él encontraba ya un amor muy fuerte», explica. Encontraba en esos momentos de intimidad con Dios que no estaba sola. Pero ya en la adolescencia, con 11 años empezó a jugar con temas peligrosos como la Ouija, sin tener ideas de lo que esto significaba, conoció el mundo del yoga cuando todavía no era una disciplina conocida. Practicaba todo esto incluyendo otras religiones como el budismo.

«Practicaba todo esto pero siempre me faltaba algo. Y el yoga además me confundía mucho porque el profesor nos decía que cuando meditábamos podíamos pensar en la figura de Jesús y eso a mi me confundía», recuerda Aina. A los 16 años llegó el momento de salir mucho por la noche y al año siguiente Aina conoció al que sería el padre de dos de sus hijos. Se separó de esa persona y con posterioridad conoció a otra persona con la que se casó a pesar de que esa persona no tenía esa fe que ella anhelaba que tuviera. Se quedó embarazada y a pesar de la mala vida que tuvo junto a esa persona pudo ver nacer a su hijo.

«Dios estaba conmigo porque ni me inmuté, sabía que a mi hijo no le iba a pasar nada». Tras muchas idas y venidas Aina fue al Retiro de Emaús, fue en este retiro donde empezó a sentir los frutos de la conversión y empezó a conocer al Espíritu Santo. «Pero es en la adoración y en la misa donde encuentro la verdadera felicidad, nada me falta.

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