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Mikel Azurmendi, ex miembro de ETA, antropólogo agnóstico, ha visto cómo Cristo le cambia la vida

Mikel Azurmendi, ex miembro de ETA, antropólogo agnóstico, ha visto cómo Cristo le cambia la vida

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(Religión en Libertad) Mikel Azurmendi, nacido en San Sebastián en 1942, fue uno de los primeros miembros de ETA y también uno de los primeros en abandonar esta organización terrorista por rechazar sus prácticas criminales.

A finales de los años 90 y en los comienzos de este siglo, su alejamiento del nacionalismo y su compromiso con organizaciones como ¡Basta ya! y el Foro de Ermua que denunciaban la violencia etarra le convirtieron en objeto de amenazas y tuvo que abandonar temporalmente el País Vasco.

Hasta su jubilación, Azurmendi, filósofo por la Sorbona de París, fue profesor de Antropología en la Universidad del País Vasco. Como antropólogo (según confiesa él mismo en una entrevista de Fernando de Haro impulsada por el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla), participaba de la misma cerrazón intelectual que se había impuesto en su disciplina desde hacía un siglo: «Creer en Dios no es en nada diferente a creer en centauros, hadas o sirenas».

Pero hace unos años conoció cristianos «con una vida buena y bella» que le admiraron y le pusieron a pensar y se animó a explorar la propuesta de Jesús.

En 2018, en su libro El abrazo (editorial Almuzara) Azurmendi se sentía «tocado» por Dios y Cristo, como en el juego de hundir la flota: «me entra como miedo porque, cuando en ese juego de barcos uno queda tocado, enseguida te lo hunden. ¡J*d*r, qué miedo me dio verme hundido! Así es como me entró este hormigueo de miedo de Dios que centellea en mi alma con una luz rojiza y un pitido parpadeante».

Hoy, dice en la entrevista con Fernando de Haro, ya no hay miedo, sino confianza y gratitud, día a día. Con Cristo, dice, «lo que cambia es la vida misma incluso a la edad de 78 años. Se trata de una experiencia de muerte del hombre viejo y recuperación del instante. Comienzas un nuevo aprendizaje. […] Cada instante es una gloria de vida, como un anticipo de lo eterno; sin duda un estallido de alegría. Uno se ve re-nacido, ama la vida y da gracias a cada momento».

En este vídeo, tras la presentación del obispo Munilla y del entrevistador Fernando de Haro, Azurmendi explica su testimonio a partir del minuto 9

Entre académicos, prejuicios contra el cristianismo

Durante casi toda su vida, en el entorno académico, le rodeaban personas -a veces cultas, otras veces ni eso- llenas de prejuicios contra el cristianismo. Las religiones serían, según los antropólogos que Azurmendi conocía y estudiaba, sólo «exóticas maneras» de «canalizar las necesidades materiales».

«El materialismo en su versión marxista y hasta marxista-leninista acorazó aún más ese cuenco de la transmisión cultural posibilitando que los departamentos humanísticos universitarios sean hoy un espacio de hombres y mujeres aherrojados por el temor a salirse de lo correcto», señala, desde su experiencia del mundo universitario.

«Me pondré como ejemplo yo mismo, absolutamente prendado de la línea de pensamiento de [Alasdair] McIntyre en ética y de la de René Girard en antropología. En cuando me cercioré de que ambos acababan de convertirse al cristianismo, optando el filósofo exmarxista por el neo-tomismo y el antropólogo francés por Jesucristo como ejemplo de desvelamiento de lo sagrado de la violencia, corté con mi interés por sus doctrinas, que antes yo había juzgado muy argumentadas», admite Azurmendi.

¿Y el argumento ético, la idea de que si existe el bien y el mal lo lógico es que exista Dios? «A lo que haya de gente ‘culta’ en la universidad de hoy le da risa aquel argumento ético del entorno del descreído Iván Karamazov de que lo que nos mueve a ser buenos y evitar el mal es creer en el más allá. O sea en Dios y la inmortalidad».

Pero Azurmendi quería vivir bien, con virtud.

Sorprendido no por libros, sino por cristianos de vida buena y bella

«Yo, que he buscado la vida buena de manera permanente, no la he encontrado en libros y argumentaciones ilustradas y eso que, militando en asociaciones civiles, esa necesidad se me volvía perentoria. De súbito, hete aquí que ante mis ojos, atónito, me doy de bruces con cristianos de vida buena y bella, una gente nada común que vive un tipo de existencia imitando a Jesús. Me causa un hondo estupor que Dios sea una experimentación de vida en el amor del otro y que el experimento les dé una alegría como no he visto en ninguna otra parte del mundo en toda mi vida. Mi encuentro fortuito con una persona y luego otra y otra después, así durante dos años de investigación, convierte en admiración aquel gran estupor inicial».

Recuerda que también Dostoyevski «se convirtió por un encuentro con personas cristianas en su prisión siberiana, cosa idéntica a la que le ocurrió a Solzhenitsyn en el gulag. También un encuentro con personas excelentes les motivó a convertirse a Dios a los filósofos ateos Maritain y Gabriel Marcel. Se trata de una emoción que te conmociona hasta llevarte a la admiración impulsando un proceso racional de cambio absoluto de tus concepciones generales de la vida. Esta emoción puede ser acústica, como les sucedió al filósofo García Morente escuchando a Berlioz o a Simone Weil escuchando la infinita tristeza de un fado portugués».

Dos instrucciones de Jesús

Azurmendi empezó a preguntarse por qué esos cristianos parecían tan distintos. Por un lado, vio que consideraban que la vida es un don, que se recibe y se reparte de manera gratuita. Por otro lado, veían al ‘otro’ siempre como un bien, no como adversario o enemigo. Detrás estaban los mandatos de Jesús: “la vida es para darla. ‘Quien la quiera guardar la perderá’, y ‘¡lo que hagáis a vuestro próximo a mí me lo hacéis’, amadlo como a vosotros mismos. O sea, la vida es para ofrecerla unos a otros en un servicio gratuito de amor».

Mikel Azurmendi habla de su vida cambiada por Cristo

Azurmendi buscaba un fundamento para la vida buena o virtuosa, pero los filósofos ilustrados sólo le daban preferencias personales más o menos arbitrarias. «Sólo encontraba ‘elija usted lo que quiera, pero elija'», resume. «Sin embargo, si la elección es el criterio valorativo de una existencia, ¿qué diferencia hay entre yo y un terrorista? Ninguna, puesto que ambos elegimos, sólo que cosas diferentes».

Pero los cristianos proponen un experimento: «elegir abrazarse de por vida al Jesús ese del amor: la vida es un don y el otro es un bien». Y Azurmendi decidió «elegir la verificación de esta hipótesis».

«Al joven rico que cumplía con todos los preceptos y ritos pero quería saber qué más debía hacer, Jesús le sugirió que era un buen chico pero estaría muy bien que vendiese su fortuna, la diese a los pobres y le siguiese a Él: “Ven y sígueme”. Lo que se precisa es una existencia nueva desde el amor comenzando por el más próximo, por tu mismo hermano con quien no te hablas. Jesús hace de puente, nos hace comprensible Dios, no como idea sino como oferta/exigencia de amor. Desde Jesús se percibe Dios como una espectacular bomba atómica de amor pues loco parecería estar cuando se hizo carne humana por puro amor, por enseñarnos otro modo de vivir. Dios nos aparece desde entonces como ese espacio de amor entre tú y otro, entre tú y tu mujer, entre tú y aquel con quien te relacionas. Lo sabes que es así porque Jesús lo aseguró practicándolo Él mismo», añade.

Vidas que cambian viviendo como Jesús enseña

«El relato histórico señala que Jesús resucitó pero tan prodigioso como resucitar fue que uno a uno, sus apóstoles tan llenos de mezquindad y miedo viviesen imitando su vida y muriendo asesinados», añade.

Distintos ejemplos de generosidad y vida entregada con amor que Azurmendi ha visto en entornos cristianos muestran que esto se puede vivir y se vive hoy. Pone el ejemplo de «cientos de mujeres africanas que tras haber sido violadas contrajeron el sida y pese a preferir morirse, siguieron el ejemplo de la enfermera Rose Bousingye, hicieron por restablecerse hasta el punto de crear un hospital de mil camas en Kampala».

Vídeo breve en que Rose Busingye explica (con subtítulos en español) cómo afrontan la pandemia ella y las mujeres pobres o dañadas con las que trabaja: «nuestro yo es más grande que el universo, que el virus y que la muerte»

Pero pone ejemplos más cercanos: «O creando familias bien avenidas que son la esperanza social. O dando su vida por defender su estilo de vida».

«Amar al estilo de Jesús no es producto de un error. Y tan real como esa cadena de seres amando al otro debe de ser real Jesús-Dios», afirma Azurmendi.

Al final, siendo cristiano como Jesús enseña, «lo que cambia es la vida misma incluso a la edad de 78 años. Se trata de una experiencia de muerte del hombre viejo y recuperación del instante. Comienzas un nuevo aprendizaje. La vida ya no se te presenta incierta, aprendes a vivir sin aleccionar desde el pasado, desde tus batallitas. Pero aprendes a tampoco interrogar al futuro ni temer tu vulnerabilidad, tu Alzheimer o tu decrepitud. Cada instante es una gloria de vida, como un anticipo de lo eterno; sin duda un estallido de alegría. Uno se ve re-nacido, ama la vida y da gracias a cada momento».

«Lo expresas en rezos, como al despertarte y expresar a quien te hace vivir que te ayude a vivir lo mejor posible. O lo expresas en dejar lo que haces para atender al que te solicite, en ceder tu “precioso” tiempo a un pelma que te retiene al teléfono. Uno no pretende recuperar el tiempo perdido, el tiempo es solo el que tienes entre manos, es cada minuto, y lo ofreces a puñados. Uno está, sin más, receptivo y a disposición, estás en la vida, estás a flor de piel, abierto a la realidad, sin inyectarle doctrina ni ideología», concluye.

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