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En la casa de Madeleine Delbrêl vuelve a vivirse su espiritualidad de entrega a pobres y alejados

En la casa de Madeleine Delbrêl vuelve a vivirse su espiritualidad de entrega a pobres y alejados

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(Religión en Libertad) Este sábado se inaugura la casa-museo de Madeleine Delbrêl (1904-1964) en Ivry. Y ¿quién es Madeleine Delbrêl? Un personaje que interesa a la vez a los cristianos, a los responsables de su proceso de beatificación e incluso a los sucesivos alcaldes (comunistas) de esa localidad francesa.

En ReL hemos ofrecido una entrevista en ReL al padre Joseph Rodier, muy vinculado a su obra, a raíz de la publicación de un libro en español sobre su espiritualidad.

Si bien a los 18 años declaró firmemente ser atea, a los 20 años Madeleine tuvo una conversión deslumbrante que hizo que su vida se inclinara hacia Dios. Junto con otras jóvenes, se dedicó a los pobres y a los no creyentes, pues ella conocía sus dudas y la noche oscura.

Leía y releía, una y otra vez, el Evangelio. «Agarrada, bendecida y rota para ser entregada al mundo» (describe el sacerdote Raphaël Buyse, autor de un reciente libro sobre ella, Toute cette foule dans notre coeur), Madeleine obedecía a los acontecimientos y acogía los imprevistos.

Así nos la presenta Véronique Durand en La Vie:

La casa de Madeleine Delbrêl es tu casa

«La hospitalidad es hacer que los demás se sientan en su casa estando en la nuestra. Ser acogidos a comer cuando no se ha sido invitado. Que nuestro techo sea el suyo. Que su entrada en nuestra vida inicie con su entrada en nuestra casa».

¿Cómo no tener presente estas palabras de Madeleine Delbrêl cuando llegamos a la estación de Ivry-sur-Seine y nos dirigimos, emocionados, al 11 de rue Raspail? Porque fue dentro de estos muros donde esta asistente social, hija de un jefe de estación y empleada por la ciudad comunista, declarada venerable por el Papa Francisco el 26 de enero de 2018, vivió de 1935 a 1964.

Es fácil imaginarla a la hora de salida de las oficinas y las fábricas, abriéndose paso entre la multitud, decidida, incluso alegre, subiendo la gran avenida que bordea la sede del ayuntamiento, girando en la primera calle a la izquierda y entrando por la puerta de su casa.

Detrás del portal había un frondoso jardín, casi salvaje. Nos imaginamos a Madeleine conversando y riendo, fumando un cigarrillo Gitane mientras compartía con sus compañeras las noticias de la calle y el mundo. Esta tarde de octubre de 2020 cae una lluvia fina, que no afecta al entusiasmo del jardinero que está cuidando las rosas -entre las cuales, una variedad elaborada por las Rosaledas Odart en memoria de Madeleine- y las parcelas hortícolas cultivadas por las escuelas y las asociaciones de Ivry-sur-Seine. En el fondo del jardín, el taller Ibery, rehabilitado, acoge la tienda, una sala de conferencias y la sede de la Asociación Amigos de Madeleine Delbrêl. Antaño, algunos refugiados españoles víctimas de la dictadura franquista, acogidos por las mujeres del número «11», elaboraban un turrón que vendían en los mercados.

Una misionera audaz

«Personalmente, prefiero recoger tomates y calabacines que trabajar en el jardín», nos confía Jean-Christophe Brelle, ingeniero informático retirado y diácono de la Misión de Francia. Vive aquí desde el mes de junio pasado con su esposa, Marie-Noëlle, pediatra que trabaja en la protección materno-infantil. Si bien no han conocido a su ilustre habitante, han tenido ocasión, frecuentando la parroquia de San Pedro y San Pablo, de conocer a algunas de las compañeras de equipo de la Caridad: Guitemie GalmicheAnne-­Marie ­VilmantSuzanne Perrin y Christine de Boismarin. Estas mujeres, laicas, crearon una vida comunitaria fraterna en respuesta a la llamada del Evangelio.

Jean-Christophe y Marie, en la casa de Madeleine.

Al instalarse en 1933 en Ivry, ciudad obrera y comunista en la que el ateísmo imperaba, salieron al encuentro de los no creyentes y los pobres, y vivieron codo con codo su cotidianidad. Gracias a su carisma y audacia misionera, insuflaron en estos lugares bondad y fraternidad, a la vez que se preocupaban por la periferia.

«La visita empieza aquí», nos indica Jean-Christophe Brelle, de pie en el porche. En uno de los muros hay colgadas viejas fotos de la ciudad y carteles sindicales… «La idea es recordar lo que era Ivry entre 1930 y 1960, una ciudad obrera». Inmersas en ese contexto político y social, y siguiendo el ejemplo de los sacerdotes obreros, Madeleine y sus amigas también quisieron luchar, en nombre de su fe en Jesucristo, contra la miseria bajo todas sus formas. Porque para ella Dios estaba allí, era casi visible en el corazón de las vidas más heridas. Fue una de sus testigos más infatigables. Los visitantes se pueden sentar bajos los bonitos cenadores y escuchar las bandas sonoras de Madeleine, meditar algunos de sus textos sobre la Iglesia, el lugar de las mujeres, el trabajo…

«¿Les apetece un café?», nos propone nuestro anfitrión cuando entramos en la casa. Aquí, el comedor se ha convertido en biblioteca, en la que se custodian los libros de los grandes místicos que alimentaron la fe y la razón de Madeleine, como también sus propios escritos. Justo al lado está el lugar más íntimo del recorrido: su salón de vida. «Es aquí donde dormía, trabajaba, rezaba, escribía y compartía el Evangelio con las demás. Y es aquí donde la encontraron muerta, en 1964».

En esta información sobre la restauración de la casa de Madeleine pueden apreciarse los distintos lugares de su hogar, taller y jardín que fueron referencia para los habitantes de Ivry durante muchos años.

Esta estancia, con vistas al jardín, está casi idéntica a como era cuando vivía, y hay numerosos objetos personales: sus gafas, su misal, un libro titulado Lénine, Staline et la jeunesse [Lenin, Stalin y la juventud] (1949), un cigarrillo en el cenicero, todo ello en una mesa cubierta de documentos y fotos, como si Madeleine se hubiera ausentado solo unos instantes. En un estante, su máquina de escribir. A los pies de la cama, su maleta, que la acompañó en sus viajes a Roma, donde fue recibida por el Papa. Y, junto a la ventana, un gran retrato de ella.

Proceso de beatificación en marcha

«Es impresionante vivir donde ella vivió. Pero esta casa no solo tiene un pasado, también tiene un futuro», insiste Jean-Christophe Brelle. La recuperación de este lugar, que ya era atípico en su época, se ha podido realizar gracias a la diócesis de Créteil, a la ciudad (comunista) y a la Asociación Amigos de Madeleine ­Delbrêl. Si Madeleine es beatificada (su proceso está en marcha), este lugar se convertirá en un lugar de peregrinación y acogerá a todos los visitantes que vengan de Francia, pero también de Alemania, Italia o África, lugares donde su misión se ha difundido de manera especial.

Con Blanche Meurice, la otra inquilina misionera, el matrimonio Brelle garantiza una presencia durante seis días a la semana, de media jornada cada uno, sobre todo los días de mercado. Desde la acogida informal a los encuentros y la lectura del Evangelio, el número «11»  encontrará de nuevo su espíritu original, el de un lugar abierto a los ciudadanos de Ivry. «Gracias a Dios no estamos solos para llevar a cabo esta misión, somos un equipo». Para el matrimonio, al servicio del diálogo y el encuentro, esta será también la ocasión de caminar con la autora cuyos libros han leído –«hay que leerlos y volveros a leer, y a veces hay que rumiar sus textos»–, y cuya radicalidad les ha motivado tanto que decidieron vender su casa en Vitry-sur-Seine para mudarse al apartamento del primer piso.

«Ir hacia lo que viene. Poner los pies en las huellas de Madeleine Delbrêl y sus compañeras te insta a buscar, a impregnarte aún más de lo que ella dijo. Pero no hay que equivocarse de camino: Madeleine nos invita a seguir a Jesucristo. Nuestra misión es que este lugar esté habitado de una manera inspirada por lo que ella vivió con sus grupos», reflexiona Marie-Noëlle Brelle.

«Y para habitarlo es necesario nutrirse de lo que ella dio, permitiendo que los demás se nutran también. Estamos llamados, con las personas que colaboran en este proyecto, a vivir esa radicalidad, a salir de nuestras fronteras de Iglesia, a ir hacia los que son diferentes. El ateísmo estaba muy presente en su tiempo, pero hoy se ha convertido en la normalidad. Ella trazó el camino, para hay otros caminos y maneras de vivir juntos que se pueden inventar». Fieles a Madeleine, juntos, aseguran a los que llaman a su puerta: «Aquí estáis en vuestra casa».

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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