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Eter: un drama histórico apasionante

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(Religión en Libertad-Pablo Ginés) A sus 81 años, muy premiado y dirigiendo películas desde 1967, el polaco Krzysztof Zanussi es un veterano del cine en el que se suman varias peculiaridades: una amplia visión europea (trabaja y vive a caballo entre Polonia, Rusia e Italia y ha sido presidente de asociaciones europeas audiovisuales), tiene formación en ciencias (estudió Física en la universidad), conoce la experiencia de haber vivido en el “verdadero socialismo polaco” y profesa una firme fe católica. 

Ahora, con Éter, recopila algunas de estas características (ciencia, fe y perspectiva europea e histórica) y las viste con elegantes ropajes de época en una de las películas más impactantes que podemos ver este año, especialmente por su sorprendente giro final que tendrá  a los espectadores comentándola asombrados al salir del cine. (“¿Pero cómo no lo vi?”)

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Poco duran estas escenas de naturaleza verde e inocentes blusas blancas

La soberbia anterior al horror de las trincheras y el gas

Zanussi nos lleva lleva a la elegante Galitzia austrohúngara justo antes de la Primera Guerra Mundial. No era una época muy distinta a la nuestra: los europeos creían ser la cima de la cultura y la historia, la ciencia prometía todo tipo de éxitos y fantasías, el progreso parecía algo inexorable, algunos creían ser muy listos y proponían prescindir de Dios…

Después llegarían los horrores del gas asesino en las trincheras de la Gran Guerra, las multitudes de mutilados y heridos, el desastre de la gran gripe de 1918-1920 (40 millones de muertos) y el surgimiento de regímenes antihumanos que ensalzaban la máquina y la masa, como el nazismo y el comunismo, desencadenando horrores innumerables acabarían con esas veleidades.

La ciencia, más que mitigar estos horrores, los amplificó: ¿que puede hacer la ciencia una vez caen los misiles atómicos con la destrucción mutua asegurada? Eso antes no existía.

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El doctor y su aprendiz, un joven inocente, un punto de luz

Música de Wagner, y desnudos hacia las llamas

La película empieza con la música del “Parsifal” de Wagner, que usará una y otra vez. Pero aquí no se busca el Grial, sino el éter.

“El éter es la quintaesencia, está en todas partes, le quita al hombre su voluntad y también su dolor”, explica el doctor con reverencia. ¿No habla así el drogadicto de su droga? ¿No puede decirse eso mismo del pecado?

Después, en los títulos de crédito, la cámara se entretiene en una tabla gótica sobre el infierno: demonios arrastran entre llamas a hombres y mujeres desnudos al abismo. El espectador puede pensar en las cámara de gas nazis y sus hornos crematorios, otro gran éxito “científico” de la modernidad.

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La película inevitablemente nos hará evocar al doctor Frankenstein. Si aquel genio centroeuropeo creía que la electricidad lograría dar vida a los cadáveres, aquí tenemos a otro doctor que confía en una combinación de éter, hipnosis y gimnasia, todas ellas cosas que excitaban la soberbia de los utopistas y materialistas de inicios de siglo XX. Como Frankenstein, nuestro doctor (bien interpretado por Jacek Poniedzialek) juega con cadáveres. Le da descargas a uno, que se sacude, y dice: “estamos a un paso de la resurrección”. Jugar con cadáveres es uno de los tabús que rompe. Romperá otros muchos.

Jugará también con enfermos vivos y usará el éter como arma de poder para manejar y dominar. El ejército le ayuda y le utiliza, pero él va más allá. Ante la sociedad, viste de blanco, pero otras veces, en su laboratorio, usa un mandil largo de cuero negro, como la sotana de un sacerdote en un culto siniestro.

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Éter, gimnasia, hipnosis… algunos ídolos de inicios del siglo XX

Asiste a un fusilamiento entre burlas. Se ríe de una familia cuyo padre está muriendo. Es muy consciente de que hay cosas “sagradas”, naturales, para hombres inferiores. Por ejemplo: en un fusilamiento, muchos soldados fallan a propósito. “Lo hacen para no tener remordimientos”, explica a su aprendiz, Taras, un huérfano inocente, campesino de pueblo.

Una y otra vez busca cómo superar las “restricciones morales y religiosas”. Éter para evitar el dolor, para perder el control y confesar en interrogatorios… droga para aumentar el placer en el burdel, o dar fuerza y brutalidad asesina a soldados. Él dice que quiere poder sobre la gente, y lo repetirá al final de la película. Ante el espectáculo de un soldado brutal y drogado reflexiona: “todos tenemos una fiera dentro; liberar al ser humano podría ser liberar a la bestia… no lo había pensado antes”.

Proclama ser un materialista, ateo, etc… y acude a una sesión espiritista burlón. “La gratitud te hace débil”, le dice a su inocente aprendiz. Varias chicas mueren en sus experimentos calculando dosis.

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Cosas que no entendemos mucho… hasta el final

Una muchacha con problemas mentales se le acerca en un sanatorio de religiosas: “Yo te amo”, le dice. Pero es una loca. ¿O no sólo eso? Después, empleada en experimentos, postrada en el lecho y moribunda, plantea: “¿mi sufrimiento ayudará a alguien?”

Pero el doctor no es sólo un materialista. Le vemos luego hacer cosas malas, incluso sacrílegas, por motivos que se nos escapan. No parece mera soberbia. Él busca poder pero ¿de verdad lo tiene? Cuando desafía a Dios corriendo bajo una tormenta con una espada en alto, ¿cree?

Durante casi toda la historia nos golpea con su cinismo, su nihilismo, su ambición... los militares que le rodean en el cuartel y el burdel no nos caen mejor. En el burdel casi todo es falso: el director no muestra desnudos, no los necesita para evidenciar su lujuria vacía y mentirosa. Hay que tener oficio para que casi toda la película descanse sobre un corrupto (o un malvado) y aún así nos enganche.

Hasta casi el final de la película, nos parece que sólo el inocente aprendiz Taras, que parece inmune a la corrupción, aporta algo de luz. Si Parsifal o Perceval encontró el Grial por su inocencia, inmune a la seducción de la corrupción, entonces la música de Wagner suena por Taras. Y el Grial no es el éter.

El gran giro del final

“Hay que decir siempre la verdad”, explica al final el doctor. Y esa verdad oculta se revela en los últimos 7 minutos del filme. Todo el género narrativo, todo el paradigma, cambia. Lo que nos había parecido una historia de realismo triste se nos revela de forma asombrosa. Platón tenía razón, Frankenstein no. El espectador no puede indignarse: estaba todo ahí. Pero no lo veíamos porque nos habían dicho que no existe, no hay que buscarlo. La mirada final del doctor, ya no cínica, sino asombrada y cautivada por la maravilla, nos dará esperanza más allá de toda esperanza.

La película capta muy bien en trajes y localizaciones el espíritu previo a la Primera Guerra Mundial, pero no se deja engañar. Los bailes de vals señoriales suenan fúnebres. Los fastos mundanos se construyen con burlas a los pobres. Pero hay algo más de lo que nos muestra el cinismo de los ansiosos de poder. En el mundo también hay inocencia, y en esa inocencia hay poder verdadero, poder para salvar.

La historia bordea grandes temas ligados al género de ciencia ficción o terror sutil -y gustará a quienes disfruten de ellos- sin ser nunca de verdad de estos géneros. Se parece más bien a un cuento de Robert Louis Stevenson, o a las obras de C.S.Lewis con giro final (“Esa horrible fuerza”, “Mientras tengamos rostro”). No se puede decir más, hay que verla. Y la segunda vez, con nueva perspectiva.

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