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Martes después del Domingo de Epifanía.- 7-01-2020

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“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”

Evangelio según S. Mateo 4, 12-17. 23-25

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte, una luz les brilló.» Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y le seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.

 

Meditación sobre el Evangelio

E s importante observar qué pronto la institución más fervorosa se pone en contra de Jesús. Suele ser achaque de las minorías religiosas selectas, sean del tinte que sean, mientras no atinan con el centro que es la caridad. Los mayores enemigos y los más difíciles de esquivar surgen de esos grupos, asociaciones, círculos religiosos. Porque habiéndose apoderado del santuario, defenderán su posesión con censuras, excomuniones, anatemas, contra toda religión que no sea la suya legalista, intransigente y austera. Estos enemigos que se esbozan y por otro lado el monarca indignado, que ha encarcelado al Bautista, son un peligro para continuar Jesús en aquella zona. Hay que poner tierra de por medio. Jesús hombre ha de irse a trabajar donde le dejen; desciende a Galilea.

El Espíritu se removió como una fuerza dentro de él; le impulsaba a marchar hacia Galilea.
Fue una suerte para aquellas tierras. Ya lo previno el profeta: «Los que estaban sentados en las sombras de la muerte divisaron una gran luz». Jesús trae la verdad, el amor. Convertíos, enseñaba Jesús, ya ha llegado el reino de Dios. Ese reino que no irrumpe con tambores ni corceles, con desfiles ni marchas triunfales. Creed en el mensaje, “evangelio” se traduce en griego; en castellano “mensaje bueno”. Enseñaba por doquier esa doctrina de la caridad y la paternidad, que yace recogida en el sermón de la montaña.

Por el momento Jesús, en aquella región, no padeció oposición. Ya vendrá el demonio a sembrar la cizaña. Dios bueno protege la paz a los suyos, porque trabajen sin obstáculos hasta que arraiguen. Después permite la persecución porque el demonio está en el mundo con poder y Dios quiere engendrar sus hijos en medio de este mundo y sus circunstancias. Jesús estaba bien arraigado, pero no el pueblo que le oía. Además, no tolera el Padre que sus hijos sean de continuo perturbados; por eso da a Jesús el respiro de estos días, en que pacíficamente le escuchan y dejan hablar «alabado de todos».

El evangelio relata la muchedumbre congregada y las tierras lejanas de donde han viajado: del norte, del sur, del litoral mediterráneo y de la otra parte del Jordán, de más allá de la frontera. Es una hora cumbre para la exposición del reino. Son páginas del evangelio que recogen ampliamente el mensaje. Es la predicación cristiana, tal cual predicaba Jesús y debieran predicar los hombres.

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