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Jueves, Nuestra Señora de Guadalupe, 12-12-2019

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“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”

Evangelio según S. Lucas 1, 39-47

María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”».

 

Meditación sobre el Evangelio

C uántas cosas de Dios tienen lugar (la mayoría) en lo escondido! La anunciación por medio del ángel a María, y ahora, en este pasaje, el saludo de ‘unas simples madres’ en un pueblecito insignificante de las montañas de Judá, y también el de sus hijos —que tantísima importancia van a tener en la historia de la salvación—, desde sus vientres: Juan, el precursor, el hombre más importante nacido de mujer —en palabras de Cristo—, y Jesús, el Salvador, el Emmanuel, Dios con nosotros, el Mesías prometido, que resultará ser el propio Hijo de Dios que se hace hombre. Quien mucho ama, se alegra con las alegría del otro, y tiene una finura especial para discernir y llevar a la vida lo que ve en la Palabra de Dios. Así, el corazón sencillo de María, amante de Dios y del prójimo, del anuncio del ángel capta lo referente al embarazo de su pariente Isabel, que era estéril y avanzada en años, y decide ir con ella un tiempo. Lo piensa poco María para salir con prontitud a acompañar en su alegría y necesidad a quien ha concebido un hijo en su ancianidad, exultante por la gran misericordia que Dios ha tenido con ella.

“Se puso en camino…”: ¡Eso aprendemos aquí de Ella!, ponernos en camino; lanzarnos hacia el bien del otro fiados de Dios, de que él irá actuando… Dios les regalará a ambas en ese tiempo grandes alegrías, compartiendo intimidades del espíritu con un mismo sentir. Nada más recibir el saludo de María, el Espíritu Santo invade a Isabel, poniendo en ella sentimientos y palabras que la hacen gritar, llena de júbilo y linda humildad, aquella bendición profética a la madre de Dios con alabanza de su fe. ¡Es el Esposo, que por boca de Isabel, bendice, felicita y alaba a su esposa por su fe incondicional, manifestada en la anunciación, que no se pliega sobre sí, sino que se abre hacia fuera actuando por medio del amor —cf Gál 5.6b—, poniéndose con presteza en camino; amor que nota y recibe Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?…”. Con esta visita, el Espíritu corrobora que todo lo aceptado y creído por María se cumplirá.

Y aunque de María “el ángel se retiró” tras la anunciación, Dios no, que con tales preciosas palabras y sentires la enaltece por la aceptación de Su voluntad y por haber ido con Isabel. ¡Cuánto agrada a Dios nuestro amor y dedicación al prójimo…! Tanto que lo constituyó mandamiento suyo mientras nuestro corazón no se vaya llenando de amor…

¡El de María estaba lleno (“Llena de gracia”)!, y su corazón salta exultante, agradecido a Dios, su salvador, por lo que ha hecho en ella y por ella… Oculta en su vientre crecía sigilosa la salvación del mundo: ¡Nuestro Salvador!

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