La alegría de la fe de las religiosas contemplativas con síndrome de Down
(Religión en Libertad) A unos treinta kilómetros al este de Poitiers, en Le Blanc, pleno centro de Francia, diez religiosas contemplativas de las Hermanitas Discípulas del Cordero viven su vida de oración en un monasterio atendido sacramentalmente por la cercana abadía benedictina de Fontgombault. Tienen una particularidad: la mayor parte de ellas son mujeres con síndrome de Down. Pero, como señaló en su día la madre Line, superiora de la comunidad, “en el ámbito del espiritual, los términos de ‘validez’ y de ‘discapacidad’ deben relativizarse. La discapacidad más grave ¿acaso no es la producida por el pecado, que obstaculiza la vida de Dios en el alma? Una persona que acoge plenamente la gracia se construye y se abre también humanamente”.
Un reportaje de Cyprien Viet publicado en Vatican News cuenta la historia y circunstancias de este grupo de monjas felices y muy cercanas a Dios:
Las hermanitas fueron recibidas en octubre de 2017 por el Papa Francisco.
La alegría de la vida contemplativa compartida: las hermanas con síndrome de Down
Esta aventura espiritual y humana, vivida bajo el patrocinio de San Benito y Santa Teresa de Lisieux, se originó en los años ochenta por una amistad entre Line, una joven en búsqueda espiritual que quería vivir su vocación al servicio de los más pequeños, y Véronique, una joven con síndrome de Down que quería consagrarse al Señor.
“Visité varias comunidades que acogían a personas con discapacidad, pero descubrí que estas personas no podían encontrar su lugar en estas comunidades porque no eran adecuadas para ellas“, explica la Madre Line, convertida poco después en la Madre Superiora de las Hermanitas Discípulas del Cordero: “Y fue el encuentro con la joven Véronique, una niña con síndrome de Down, la que nos inspiró para un nuevo comienzo. Me prometí a mí misma ayudarla para cumplir su vocación”.
Sor Véronique y la Madre Line, las primeras componentes de la comunidad.
Véronique había sentido la llamada de servir al Señor, pero el síndrome de Down hizo que la rechazaran en todas las comunidades donde había ido. De hecho, el derecho canónico y las reglas monásticas no prevén la admisión a la vida religiosa de las personas con discapacidades mentales. Line y Véronique tardarán 14 años para que sean reconocidos los estatutos de esta comunidad especial, que tiene su propio estilo original.
El progresivo reconocimiento de la Iglesia
El comienzo de Line y Véronique fue en 1985 en un pequeño apartamento, una casa popular; sucesivamente, se unió otra joven con síndrome de Down. En 1990 le pidieron a monseñorJean Honoré (1920-2013), arzobispo de Tours y futuro cardenal, ser reconocidas inicialmente como una asociación pública de fieles laicos. El apoyo del cardenal Honoré, quien defenderá su caso en Roma, les permitió dar a esta comunidad su primer reconocimiento.
En 1995, el creciente número de miembros obligó a las Hermanitas a mudarse: se establecieron en una propiedad en Le Blanc, una ciudad de 6500 habitantes en la diócesis de Bourges. Monseñor Pierre Plateau (1924-2018), arzobispo de esta diócesis del centro de Francia, las acogió calurosamente y su intervención les ayudó a seguir progresando en Roma, en vista de obtener el estatus de un instituto religioso contemplativo, que finalmente consiguieron en 1999. “Monseñor Plateau fue realmente un padre para nuestra comunidad: era muy cercano a las personas con síndrome de Down”, dice la madre Line. Las hermanas desarrollaron gradualmente el priorato y la capilla y en 2011 obtuvieron el reconocimiento definitivo de sus estatutos, gracias a la intervención del arzobispo Armand Maillard, quien también había brindado su apoyo a la comunidad, fuente de vida y alegría en este territorio.
Comunidad de vida entre hermanas con capacidad plena y hermanas Down
Las Hermanitas discípulas del Cordero son actualmente diez: dos monjas con capacidad plena y ocho con síndrome de Down. La comunidad sigue siendo frágil y espera dar pronto la bienvenida a otras hermanas con capacidad plena, porque las hermanas Down necesitan apoyo en su vida diaria. Sin embargo, en realidad, “son autónomas, ya que la vida contemplativa les permite vivir a un ritmo regular. Para las personas con síndrome de Down, los cambios son difíciles, pero cuando la vida es muy regular, logran gestionarla bien“, explica la madre Line.
Les yeux tournés vers l’aube [Los ojos vueltos hacia el alba], un documental de hace unos años sobre las Hermanitas Discípulas del Cordero.
La vida cotidiana se articula entre las labores diarias, la misa que se celebra todos los martes en la capilla y las diversas actividades: talleres de tejido y cerámica y, más recientemente, la creación de un jardín de plantas medicinales. En definitiva, su extraordinaria vocación se expresa en una vida ordinaria, en la humildad de servicio, siguiendo el “caminito” revelado por Santa Teresa de Lisieux, cuya espiritualidad es su gran fuente de inspiración.
“Han pasado 34 años desde que sentí la llamada de Jesús. He intentado conocer a Jesús leyendo la Biblia y el Evangelio”, dice la hermana Véronique: “Nací con una discapacidad llamada síndrome de Down. Soy feliz, amo la vida. Rezo, pero estoy triste por los niños con síndrome de Down que no sentirán esta misma alegría de vivir“. Para aquellos que se sintieron llamados a vivir, como Santa Teresa, la vocación al amor, el viaje ha sido largo pero su paciencia y su fe dio sus frutos: “Jesús me hizo crecer en su amor. Después de haber sido rechazada por varias comunidades, mi alegría fue cuando, el 20 de junio de 2009, pude hacer votos perpetuos en el Instituto de las Hermanitas Discípulas del Cordero. Es mi mayor alegría, ser la esposa de Jesús”.
Deja que el amor se desarrolle
“En un momento en que la sociedad, sin puntos de referencia, ya no parece encontrar un sentido en la vida ni darle valor, nuestra comunidad quiere, con el simple testimonio de nuestra vida consagrada a Dios, reafirmar el carácter sagrado de la vida y de la persona humana“, dicen las Hermanitas.
La toma de hábito de Sor Morgane.
Para garantizar que toda la fuerza del amor inscrito en los corazones de estas jóvenes con sindrome de Down se exprese plenamente en una vida consagrada al Señor, las Hermanitas quieren invitar a un momento de discernimiento a “jóvenes tocadas por el espíritu de pobreza y devoción, preparadas para ofrecer toda una vida al servicio de Cristo en las personas de sus hermanitas con síndrome de Down”. Para las mismas jóvenes con síndrome de Down, “el discernimiento se hace como con todas las demás vocaciones: cuando una persona se realiza, es allí donde el Señor la llama. De lo contrario, vuelven a casa. Es como cualquier vocación. Saben entender muy bien si no es una verdadera vocación”, explica la Madre Line.
El don de una simple amistad con Jesús
Madre Line encuentra en las religiosas con síndrome de Down una increíble fuerza espiritual: “Conocen la Biblia, la vida de los santos, tienen una memoria fabulosa. Son almas de oración, muy espirituales, muy cercanas a Jesús”, dice asombrada, viendo en su sencillez un signo profético para nuestro tiempo. “¡Sus almas no están incapacitadas! Al contrario, están más cerca del Señor, se comunican con Él más fácilmente. Las hermanas hábiles de la comunidad aprecian particularmente su capacidad de perdonar, la capacidad de animar a sus hermanas encontrando la frase correcta de la Biblia que da sentido al día”.
La comunidad quedó marcada en 2013 por la muerte prematura, a la edad de 26 años, de Sor Rose-Claire, una monja rodeada de un aura de santidad, tras las huellas de Santa Teresa de Lisieux, a la que amaba mucho. Madre Line cuenta la reacción de las hermanitas con síndrome de Down, de las cuales temía la gran sensibilidad emocional, pero que finalmente acogieron este acontecimiento con serenidad, poniendo todo bajo la mirada de Dios: “Cuando a la mañana siguiente fui a su celda a hablar con ellas, la primera me dijo: ‘Es el deseo del cielo‘; la segunda me animó: ‘Debemos resistir. Tengamos fe’”.
La experiencia atípica de esta comunidad parece responder realmente a un deseo del Cielo, así como a un desafío antropológico para el mundo de hoy, sujeto al dictado de la eficiencia y la productividad, en el que las personas con síndrome de Down son silenciadas. Su capacidad de amor y, para los que han recibido el don de la fe, su cercanía al Señor, sin embargo, son portadoras de una fecundidad insospechada. “Ciertamente es un mundo por descubrir”, concluye Madre Line: “Traen alegría a la sociedad y, sobre todo, traen amor al mundo, que tanto lo necesita”.
La comunidad, al completo.
Hacerse religiosa y ofrecer la vida a Jesús con las Hermanitas con síndrome de Down es escuchar una llamada a dedicarse a los más pequeños, a los más débiles, testigos del Evangelio de la vida. “¡Venid y veréis!” (Jn 1, 39). Si Dios llama, Él da su gracia y la alegría de ser consagradas junto a estas hermanitas con síndrome de Down.
“Ante nuestros ojos y haciendo eco de las primeras palabras de San Juan Pablo II, significa atreverse a decir ‘no tengáis miedo’ a un mundo en el que el hombre tiene miedo del hombre, de las debilidades inherentes a su naturaleza y a su condición, como la discapacidad o la enfermedad. Significa atreverse a afirmar, más que nunca, la belleza y la grandeza de la vida en su misterio de sufrimiento.
»No tengáis miedo de seguir a Jesús y de compartir esta vida ofrecida a nuestras Hermanitas, ciertamente frágiles, pero no sin fuerza, al contrario, fuertes en el orden más alto: el del corazón.
»No tengáis miedo de dar testimonio, a los ojos del mundo, de una vocación generosa, orientada hacia los demás y capaz de ir más allá de la condición de los minusválidos, demasiado a menudo marginados, y capaces de abrirse más profundamente a una mirada plenamente humana“.
(349)