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Viernes 7º de Pascua 02-06-2017

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“¿Me quieres? Apacienta mis ovejas”

Evangelio según S. Juan 21, 15-19

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, le dice a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: ¿Me quieres?, y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”

 

Meditación sobre el Evangelio

En el asegurar y fortalecer a sus apóstoles después de haber resucitado, Jesús se dirige ahora a Pedro. Por tres veces le había negado. Por tres veces le pregunta Cristo. ¡Cuánto amor de Dios a Pedro! Tras llorar amargamente viendo su poquedad, se acogió a la misericordia divina después de sus negaciones, al encontrarse su mirada con la de Cristo. Ahora Dios lo restituye. Pedro no parece caer en la cuenta de momento, pues se entristece ante la insistencia de Jesús. Es de notar su convencimiento de pensar ser quien más amaba a Jesús de todos ellos, pues no responde solamente “tú sabes que te quiero”, sino que antepone un “sí” a esa frase, que da respuesta inmediata a la pregunta de Jesús “¿me amas más que éstos?”. Poco a poco irá comprendiendo y viviendo lo que es amar…

Si quieres amarme, Pedro (Cristo habla de “amar”, Pedro de “querer”. Jesús se abaja luego al “querer” de Pedro), no sólo has de quererme a mí, que sé que me quieres, sino a todo aquello que ansío, que amo; a todos cuantos amo; a los hombres, y al plan salvador del Padre para con ellos, del cual te ha llamado a formar parte. Deberás cuidármelos, atenderlos, darles la comida a su tiempo, preservarlos de los lobos hambrientos de poder, repletos de egoísmos taimados, que quieren destrozar el rebaño y dispersarlo; llevarlos a fuentes tranquilas, reparar sus fuerzas, confortarles el alma, acompañarles cuando pasen por valles tenebrosos, guardarlos del mal, ser misericordioso con ellos como Dios lo ha sido y es contigo; ser el servidor de todos y estar alerta para hacerles todo el bien que puedas; interceder por ellos ante el Padre, conmigo; buscar su bienestar, su alegría, su contento… Obrando así, irás poco a poco desgastándote, que es ir dando tu vida, como yo fui haciendo, pues no vine a ser servido, sino a servir y dar mi vida en rescate por muchos.

Eso es amarme, Pedro, eso es amarme. Irás poniendo como centro de tu vida el bien de tus hermanos, y no tus propios intereses; el bien del prójimo, de forma que ya no caminarás por los senderos de tu voluntad, sino que, poco a poco, consistirá tu vida en un constante ajuste de tu voluntad a la voluntad divina, manifestada en mi mandamiento: “amaos entre vosotros como yo os he amado”. Y ese ajuste irá teniendo lugar cada día de tu vida hasta el final, conduciéndote el Espíritu muchas veces por donde tu materia no quiera ir. En tu perseverar, se irá produciendo un voluntario morir, que se manifestará cada vez que te decidas hacia el bien del otro, del que tengas al lado. Con este obrar es como irás dando gloria a Dios. Y él te llevará a culminar la entrega diaria de tu vida, con tu sangre, como yo mismo hice siguiendo la voluntad del Padre, que no la mía. El momento de tu partida estará en sus manos, en su amorosa y providente sabiduría; dentro de tu perseverar, lo verás venir. Poco a poco notarás cómo tu alimento irá siendo esa voluntad del Padre, como lo fue mío… ¿recuerdas que os lo dije cuando hablé con aquella mujer samaritana en el pozo de Jacob, en Sicar…? A mí, ese ajuste me condujo a una lucha final en el Huerto, hasta sudar gotas como de sangre; pero no temas, que yo estaré contigo hasta el fin.

Cuánto me sirvió orar siempre, buscando hacer lo que agradaba al Padre; sobre todo en aquella hora final… Y tú fuiste testigo de mi obrar, y de que os decía: “velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil…”. De cómo me fortaleció el Padre en aquella oración bien lo notaste, al dirigirte yo aquellas enérgicas palabras cuando cortaste la oreja a Malco en el forcejeo del prendimiento: “¿Es que acaso no quieres que beba el cáliz que me ha preparado mi Padre?”… curando, seguidamente, su oreja herida… ¿Recuerdas todo esto? ¿Comprendes, pues, lo que es amarme? Pues sígueme. Sé que desde el principio me has seguido, y has perseverado conmigo en todas mis pruebas, y te dije que serías pescador de hombres; por eso, para eso, ahora, sígueme…
Y le siguió… hasta la muerte… hasta la cruz… hasta el Cielo (“El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor” –Juan 12-; “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”… -Lucas 9-).

Cuando Dios pide algo, en el “sí”, en la disponibilidad de obrar del hombre, da Él la fuerza, por medio de su Espíritu, y lo va capacitando para ir doblegando la propia voluntad a la Suya, siendo “Dios quien activa en nosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor” (Filipenses 2). Es una combinación misteriosa entre la voluntad del hombre y la actuación de la gracia divina.Para nosotros vivir de continuo el mandamiento de Jesús, el mandamiento del amor, será el Padre quien ponga o permita las circunstancias y los acontecimientos conforme a su voluntad, como con Cristo; y pondrá su gracia, su auxilio, su ánimo y su fuerza; su Espíritu… y con nosotros siempre Jesús, María, y los del Cielo (Pedro entre ellos).

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