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Domingo de Ramos. Pasión de Nuestro Señor Jesucristo 09-04-2017

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«Verdaderamente éste era Hijo de Dios»

Evangelio según San Mateo 27, 11-54

Este pasaje del evangelio de san Mateo trata de lo que pasó Jesús en sus últimos días por todos y cada uno de los hombres; de su perseverar hasta el final. Más que para comentar es para contemplar cada escena. Intervienen muchos y variados personajes, y Cristo, amando, en el centro… y el Padre, que aunque no se ve, está… María no aparece en el relato, pero podrás imaginar su dolor ante aquello que veía… Puedes identificarte o no con quienes van apareciendo… Bueno será dejarse llevar por el corazón, por el amor, ante tanto amor…

 

Meditación sobre el Evangelio

J esús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús respondió: “Tú lo dices”. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: “¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?”. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: “¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?”. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él”. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”.

Ellos dijeron: “A Barrabás”. Pilato les preguntó: “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?”. Contestaron todos: “Sea crucificado”. Pilato insistió: “Pues, ¿qué mal ha hecho?”. Pero ellos gritaban más fuerte: “¡Sea crucificado!”. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!”. Todo el pueblo entero contestó: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de “la calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: “Este es Jesús, el rey de los judíos”.

Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y, meneando la cabeza, decían: “Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: “A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¡Es el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaktaní (es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).

Al oírlo, algunos de los que estaban allí dijeron: “Está llamando a Elías”. Enseguida uno de ellos fue corriendo, tomó una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: “Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo”. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

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