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Domingo 13º del Tiempo Ordinario 30-06-2019

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“Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios”

Evangelio según S. Lucas 9, 51-62

Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?» Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, vale para el reino de Dios».

 

Meditación sobre el Evangelio

S abía Jesús que se acercaba la hora y decidió acercarse a Jerusalén.
Como eran muchos, se requería prevenir hospedaje. Los samaritanos, sospechando que se dirigían al Templo, tan odioso para ellos, les negaron alojamiento. No tuvieron caridad los samaritanos, pero se manifestaron, igualmente sin caridad, los dos apóstoles; intentaron devolver mal por mal. Sugirieron al Maestro para ellos un castigo atroz. Jesús resolverá según la nueva ley que él aporta; según el mandamiento nuevo: la caridad; se negó a devolver mal por mal y, encarándose con ellos, los reprendió, porque reaccionaban como no se reacciona en el reino. El que quiera entender el evangelio fíjese en el contraste que ofrece de continuo la actitud de Jesús, confrontada con la de los hombres. No sólo de los irreligiosos, sino también, y más especialmente, de los religiosos. Advertirá que Jesús es un Hombre nuevo, que conforme al evangelio de la caridad, resuelve las situaciones como no se resuelven jamás sin ella. Es una caridad viviente en continuo contraste con el egoísmo general, el de los pecadores manifiestos y el de los que se etiquetan de virtuosos.

Entre algunos teólogos y científicos religiosos iba prendiendo la semilla buena; porque siempre prende, dondequiera encuentra buena tierra. Estaba reciente la repulsa de los samaritanos y recordándola le explicó: Si te vienes conmigo sábete a lo que te expones; a que aquí y allí te dejen en la calle; los hombres duermen en casas, las aves en nidos, las fieras en sus guaridas, pero nosotros no tenemos nunca seguridad de albergue. ¡Preciosa caridad y valerosa, que no se arredra de avanzar a pesar de la inquina de muchos! Los miedosos no sirven, ni los que busquen arrellanarse.
Llamó a otro para discípulo; lo consideró un útil mensajero ahora que reclutaba cantidad de ellos para invadir la región con su mensaje: «La mies es mucha, los operarios pocos». Sólo Jesús, era poco; se precisaban más, para tocar en más sitios y para insistir más veces. Este solicitó una demora; el motivo era la caridad, enterrar a su padre.

Pero la caridad urgía más a la misión que proyectaba Jesús y empezaba inmediatamente. Quedarse sin uno, era una pérdida insustituible; en cambio, podrían sustituirle en el entierro los que no disponían de vida que dar; este hombre sí tenía vida y podía darla, por eso le respondió Jesús: «Deja a los muertos que entierren a los muertos», tú eres vida, vete a darla. Fue la urgencia de la misión lo que impidió asistir al sepelio; sin esa urgencia, era de caridad con el padre acompañarle al sepulcro. Un tercero aceptó interponiendo otra dilación: Despedirse de la familia. Era el mismo caso. La caridad pide portarse amorosamente con los familiares y despedirse de ellos; mas actualmente las fechas no lo permitían sin menoscabo de las almas. No condiciones la caridad a preocupaciones ningunas que no sean ella misma; quien se pone a ella, pero la condiciona a evitar tal dolor, tal choque o tal separación, es semejante al que empuñando el arado torna la vista atrás: el surco sale torcido, incapaz, desastroso.

No, coge el arado y vete labrando derecho hacia la caridad, traza todos los surcos mirando a ella, no vuelvas los ojos a otras consideraciones.

Estos son los del reino.

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