“Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?”
Evangelio según S. Marcos 3, 1-6
Jesús entró otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida. En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.
Meditación sobre el Evangelio
Tampoco está Jesús por otras ataduras a la libertad de los hijos de Dios. El fervor, a muchos piadosos los lleva a meticulosidades y a obligaciones múltiples. Dios en realidad no es un Padre para ellos, sino un Altísimo rodeado de majestad, a quien se le sirve ligándose con obligaciones y ligando a los demás con todo género de preceptos; cuantos más, mejor; y quien más cumpla, mejor será. Pero Jesús no instituye tal religión, sino una libertad que mana de un Dios Padre, controlada por la caridad. Pues la caridad no se aprovecha para su engorde, sino aprovecha la libertad para favor de los demás y para un reclinarse amorosa en la paz de que Dios es un Padre: «No reincidiremos en el temor, puesto que nos liberó Cristo del espíritu de servidumbre y nos infundió el de filiación» (Rom 8, 14-15).
Cortaban espigas y comían en el día de fiesta de ellos. Tal acción la catalogaban como prohibida los moralistas, porque semejaba trabajo; trabajo de siega y recolección. Jesús consideró más el hambre de sus discípulos, y esa fue para Él la suprema ley: la caridad. Los celantes religiosos no; para ellos la suprema ley era le ley. El choque de criterios era evidente. Jesús acredita el ejemplo de David. Una ley prohibía comer el pan de los altares a los seglares; los necesitó la escolta de David y se los comieron, saltándose la ley, por consejo de Abiatar y de David. «Es que, sentencia Jesús, el descanso festivo lo instituyó Dios para servicio del hombre, y no el hombre para el descanso festivo». Incalculable sentencia, que declara cómo la ley es para servir al hombre, y no el hombre para servir a la ley; la caridad y el bien del hombre es lo definitivo en toda acción. «Entrañas quiero con el prójimo, que no sacrificios». Y rubricó: «Soy el señor del sábado; porque lo instituí yo y sé la importancia que le di». Esta afirmación la pronuncia un poco velada para no complicar más la situación.
Golpe tras golpe había derribado al fantasmón legista, para colocar en el centro, como norma de todas las acciones, la caridad.
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