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Miércoles 3º de Cuaresma 22-03-2017

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“No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”

Evangelio según San Mateo 5, 17-19

Dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salta uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”.

 

 

Meditación sobre el Evangelio

Viene a cumplir la ley, ¿cómo?, cambiándola. Esto no lo expone demasiado claro para no producir una estridencia que perturbase algunas buenas voluntades. Si lo hubiese proclamado desnudamente, habría sido como principio un choque demasiado violento para muchos, que de otro modo poco a poco se entregarían.
Jesús venía a caducar la ley antigua. Manifiestamente declara que sustituye la alianza vieja por la nueva, «cáliz del nuevo testamento», y que «no se guarda el vino nuevo en odres viejos». Igualmente San Pablo que entiende esta sustitución como una idea fundamental del cristianismo: «Envió Dios a su Hijo, sometido a la ley, a fin de que (saliendo del régimen de esclavos) recobrásemos la filiación» (Gal 4, 4). «Son dos alianzas; la una del monte Sinaí, que engendra para la esclavitud; la otra de la Jerusalén de arriba, que engendra hijos» (Gal 4, 23, 26,28). «No somos hijos de la esclava, sino de la libre»; «la esclava es la ley, la libre es la fe».

Pero instituir la nueva ley es cumplimentar la vieja. ¿En qué sentido?, en que la vieja fue preparatoria de la nueva, y decretada en todas la páginas su desembocadura en la fe de Cristo. Así que terminarla es darle cima: «Por medio de la ley, morí a la ley, para vivir a Dios» (Gal 2, 19).Ya no basta la virtud que enseñan los teólogos de la ley; con esa virtud no entraréis en el reino de los cielos. El reino de los cielos es la vida para los hombres que quiere Dios en la tierra a partir del Mesías; es el evangelio. Hasta entonces se tamizaba muy poco en esto y en lo otro: «Hasta ahora se dijo, pero yo os digo». Únicamente los que toman la forma nueva, esa vitalidad de fe y caridad que Cristo trae, pertenecen al reino; pero los que se contentan con la virtud que enseñan y practican los escribas y fariseos, los moralistas y austeros de entonces, no entran en el reino de los cielos.

La palabra de Dios ha de cumplirse, y no corresponde a veleidades de épocas ni a caprichos de hombres cambiarla; imposible reformarla, tan imposible como cambiar el cielo y la tierra. Por eso toda línea de la antigua ley se hubo de mantener hasta su cumplimiento. Las disposiciones de Dios en su Ley, sea la antigua mientras vigía, sea la nueva, por pequeñas que sean han de observarse. Quien a su talante tomase ésta sí ésta no, ése no es del reino de Dios, quien tomase las importantes y desechase las menudas, ése vale poco en el reino. El reino de Dios es fe. Tanto más de Dios cuanta más fe; totalmente del reino cuando hubiese fe total; pequeño y comino, cuando fuese pequeña y comina la fe. Pequeña fe la de aquel poco amor que se contenta con valorar y cumplir las cosas de bulto.
Ciertas personas y comunidades aplican esta frase evangélica a las observancias de sus reglamentos y ordenanzas. No es a ellas a las que se refiere Jesús; habrá que cumplirlas por otras razones, pero no por este pasaje del Maestro, «porque os digo que si vuestra justicia no abundase más que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos». Frase que también tiene aplicación entre éstos.

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