“Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y os obedecería”
Evangelio según S. Lucas 17, 1-6
Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás». Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y os obedecería».
Meditación sobre el Evangelio
Si alguien maligno se acerca con mentira, con malicia o con ejemplo pernicioso, con doctrina falsa o consejo malévolo, les nubla la fe en el Padre o les endurece el corazón y los hace de virtud fría y sin misericordia; es decir, les pone en tropiezo de que caigan del bien… Es tal la indignación de Dios con ellos, que si los ahogasen en el mar, saldrían ganando. La caridad de Dios es fuego que ruge como un volcán cuando destrozan a sus hijos.
En el plan de Dios, de permitir espacio a la libertad y al demonio, es inevitable que surjan hombres que estropeen a otros, que los corrompan y pudran. Pero ¡ay de estos corruptores! Pensarán algunos exclusivamente en la pureza, pero no es ése el capítulo primordial: es la caridad y la verdad. A muchos inocentes los incitan con palabras y ejemplos a moverse fuera de la caridad, a que la doctrina es otra… Gente sencilla, que pudieron ser hijos de Dios hermosos en su simplicidad, y los han trocado en viles. ¡Ay de aquel por quien venga el escándalo!
Pero tú puedes ser el escandalizado por los otros, el desviado del bien y el corrompido. Alerta, pues. Fíjate en la verdad, agárrate a mi doctrina, espesa tus raíces en la caridad; y las manos que viniesen a arrancarte de ella, cercénalas; al amigo que lo intentase, elimínalo. Es que no son manos ajenas, es una mano mía que contra mi caridad pugna: ¡Córtala! Es un pie que contra mi caridad se esfuerza: ¡Córtalo! Es uno de mis ojos: ¡Sácalo! De nuevo la valentía de Jesús, la que Él nos recalca. Enteros para mantener su evangelio, determinados a conservar en nosotros su vida, venga en contra quien venga, persuadiere en contra quien persuadiere. A veces rechazarlo es perder mucho, porque ese tal es uno que te ofrece mucho en esta vida, es un superior que puede perjudicarte sin traba, es un amigo o ventaja que tienes que perder. Jesús te dice: Pecha con todo, mantente en lo mío, sufre lo que fuere, que no te pesará.
A los que cedan, sí les pesará; horriblemente les pesará. Porque se quedarán con los dos pies, más con ambos caerán en el infierno; se quedarán con las manos, con el jefe, con el buen pasar, con los que le ofrecieron…; más, con todo ello, caerán en el infierno, donde el dolor siempre escarba y el fuego nunca se apaga.
La injusticia que uno te comete no la propales, no la lleves a los tribunales; habla de hermano a hermano, y como se avenga a razones, has ganado un hermano, para Dios, para ti y para él. Porque Jesús quiere para los del reino que sea una intervención de caridad la que arregle tus querellas. Tanto prefiere la caridad, que si dos se apoyan el uno al otro en común petición, el Padre no sabrá resistir. Y es que donde el amor une a varios, es Cristo el que los une; es la Palabra del Padre, fructificando. Tanto ama el Padre a Jesús, tanto la caridad que le mandó anunciar, que cuando ve a varios compenetrados, ve a su Hijo en ellos, y en ellos su Palabra florecida.
Limitan algunos el número de perdones, Jesús indicó que siempre. No se cansará nunca el Padre de recibir, mientras no se canse el hombre de volver. Tampoco se canse el hombre de acoger al hermano que retorna; y si no retorna, no se canse de esperarlo con brazos abiertos. ¡Magnífica altura a que los impele Cristo! Altura divina y, por eso tan elevada, que parece inaccesible a naturaleza humana. El Espíritu de Jesús, posándose en nosotros, produce una caridad tan suave y tan fuerte, que lo que sería imposible, sale tan fácil como la hoja al laurel.
Reiteradamente les ponderaba la importancia de la fe, la necesidad de una esperanza ciega y dulce en su Padre, que lo puede todo, y que le quiere más que a todo. Necesita ella un nacimiento y después un crecimiento, gradual, continuado, alimentándose de ocasiones, bebiéndose las dificultades, desarrollándose su plenitud en imposibilidades, apacible, sosegada, jugando a lo inverosímil con su Padre y guiñándole un ojo de complicidad.
Lo irrealizable es juego de párvulos para la esperanza. Con alzar su dedo meñique, un árbol saldrá del suelo, e irá andando sobre sus raíces hasta el mar. Imágenes pintorescas del Maestro, plásticas, para que no se olviden.
La fe es un susurro del Espíritu, que dentro inclina a pedir, y una entrega del alma para incorporar esa petición y ese Espíritu. Es el varón invadido del Espíritu y vivificado por Él; de modo que anhelar Él, es anhelar el hombre; sugerir Él, es ya invocar el hombre, invocando los dos con la misma oración, siendo los dos un ser que ora. Principiad a crecer en el Padre, anima Jesús; creed en sus oídos de Padre, mirad sus ojos de Padre infinito y creed. Principiad; y ya desde el principio, comprobaréis el poder con que os escucha y la eficacia con que os atiende.
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