¡Llegó el día! Pide un Nuevo Pentecostés y haz tu Ofrenda al Amor Misericordioso | Día 50
EL SACERDOTE VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO AL AMOR MISERICORDIOSO | DÍA 50 | PENTECOSTÉS SACERDOTAL
Hemos realizado cincuenta días de preparación, y ha llegado el día de pedir un Nuevo Pentecostés y hacer el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, guiados por el padre Santiago Arellano Librada.
“La Palabra de Dios dice a todos los cristianos: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual. (Rom 12, 1)».
Es la ofrenda de la propia vida de todo bautizado, pero además esta ofrenda es exigida para nosotros sacerdotes de un modo especial.
Vamos a pedir hoy especialmente la santidad. ¡Cuánta fecundidad tiene la santidad!
El Señor se entrega en la Cruz, para que nosotros nos entreguemos santamente. Entrega que sólo podemos realizar con El Espíritu Santo, que haga que la ofrenda sea consumida por el fuego.
Antes de realizar este Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, considera hermano sacerdote si el Señor te puede decir así:
Hijo mío Sacerdote,
Al igual que mis Apóstoles se prepararon durante cincuenta días para recibir el Espíritu Santo en Pentecostés, tú también has querido prepararte estos días para renovar tu sacerdocio.
No mires tu indignidad, ni tengas miedo. Recuerda que Yo te conozco, que no me elegiste tú a Mí, sino que soy Yo el que te elegí y no me arrepiento de haberme entregado por ti, me has costado lo mejor de mi sangre.
Quiero hacer de ti un pastor según mi Corazón, movido totalmente por mi Espíritu Santo, buscando la gloria de mi Padre y la salvación de las almas.
Quiero encenderte en el Fuego del Amor como un día encendí aquella zarza ardiente o aquella víctima que me ofreció Elías. Fuego que arde sin quemarte, pero sí que te hace entregarte hasta la muerte totalmente.
Quiero renovar las maravillas que realicé al principio de la predicación apostólica, y hacer nuevas todas las cosas y también renovar tu sacerdocio para que seas otro Yo.
Quiero avivar tu deseo de entrega y que avives tu unión con San José, con mi Madre, con mi Espíritu Santo y con mi Corazón.
Quiero tu entrega total y absoluta, sin miedos, sin cálculos egoístas y te pido que me dejes derramar sobre ti los raudales de ternura infinita que hay contenidos en mi Corazón.
Tengo Sed de Amar, y muchas veces no consigo encontrar corazones dispuestos a recibir mi Amor. Si al menos tú, sacerdote mío me dejases amarte así y te configurases totalmente conmigo, te lo agradecería tanto…
Estoy a la puerta de tu corazón y te llamo. Si me abres, entraré y cenaré contigo, intimaré con tu corazón como amigo y como esposo, y haré que no vivas más en el temor, sino en el amor de un enamorado.
Que no vayas constreñido, sino atraído por mi amor. Que no vuelvas a ser esclavo, sino que vivas en la libertad de mis hijos.
¿Me dejas amarte así? ¿Te ofreces a Mí sin miedos? ¿Confías en Mí?
Respóndele al Señor con el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso:
¡Oh Dios mío, Trinidad santa!, yo quiero amarte y hacerte amar, y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia salvando las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio.
Deseo cumplir perfectamente tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santo. Pero siento mi impotencia, y te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad.
Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; te los ofrezco gustoso, y te suplico que no me mires sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón abrasado de amor.
Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles.
Y, por último, te ofrezco, ¡oh santa Trinidad!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a Ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente.
Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá». Por eso estoy seguro de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar, tanto más haces desear.
Siento en mi corazón deseos inmensos, y te pido confiadamente que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay!, no puedo recibir la sagrada Comunión con la frecuencia que deseo, pero, Señor, ¿no eres Tú todopoderoso…? Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia…
Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos, y te suplico que me quites la libertad de desagradarte.
Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que todo lo transforma en sí…
Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido, y en especial por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento.
En el último día te contemplaré lleno de gozo llevando el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a Ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de tu Pasión…
Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de Ti en la Patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu Amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu Sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente.
En la tarde de esta vida, compareceré delante de Ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos.
Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío…
A tus ojos, el tiempo no es nada, y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de Ti…
A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en Ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu Amor, Dios mío…
Que ese martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de Ti, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso…
Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno…”.
Demos gracias a Dios y renovemos cada día nuestra ofrenda. Recemos todos unidos y bendigámonos unos a otros, para permanecer en el Amor al que hemos sido llamados: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». (Núm 6, 24).
Y la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ti y te acompañe siempre”.
Hasta pronto, si Dios quiere, querido hermano sacerdote*.
Agradecemos al padre Santiago Arellano Librada su valiosa contribución a Mater Mundi TV con el contenido de la serie ‘Nuevo Pentecostés Sacerdotal’. No te pierdas ningún vídeo de este itinerario. Puedes seguir todos los vídeos de este itinerario en la playlist Nuevo Pentecostés Sacerdotal de nuestro canal de YouTube
*Texto del libro ‘Nuevo Pentecostés Sacerdotal. Cincuenta días para renovar nuestro sacerdocio’, escrito por el padre Santiago Arellano Librada. Se puede adquirir en la web de la editorial Cor Iesu, en librerías y plataformas comerciales.
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