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Sábado, fiesta de la Exaltación de la Cruz.- 14-09-2024

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“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”

Evangelio según S. Juan 3, 13-17

Dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».

Meditación sobre el Evangelio

Viene a decirles aquí, que la verdad la trae Él. ¡Tantos debieran meditarlo!, para que no abandonen la doctrina de Cristo por doctrinas de hombres, aunque estos ejerzan piedad; porque sólo Jesús es el lleno de la verdad y sólo Él ha contemplado al Padre (Jn1) y «ninguno ha subido al cielo sino el que bajó del cielo». Cuando se cimenten los devotos en Cristo, verán a Dios; y Cristo son sus palabras y como ellas su vivir.

Como para los israelitas mordidos de víboras fue salud dirigir la mirada a la serpiente de metal colgada de una estaca por Moisés, así Jesús, alzado a la vista del mundo, será salud para quien le mire. Jesús, empero, no es su figura externa, sino la salvación de Dios que viene en su boca, en sus obras y en su sangre. La doctrina de su boca y de sus obras, a quien la acepta, se le trueca en misericordia de Dios, merecida por su sangre.

Es el Padre quien primero nos ama; mas su amor no se ejerce sin Jesús; como después respecto de muchos no se ejerce sin nosotros; para que no solo Él, sino los hijos, seamos Dios para los Hombres.
Jesús está levantado a la faz del mundo por la voluntad del Padre y a él se convierten de continuo las miradas. Es preciso que esté en alto, porque así pueden oírle, escucharle, y quien quiera que le crea, obtenga la vida eterna.

Lo que particularmente figuró esta elevación de Cristo fue la cruz, porque es una elevación material, signo de un enarbolamiento luminoso. Yérguese el pabilo sobre la vela; mas yérguese sobre todo cuando, sin variar de nivel, se esclarece con la llama.

La Palabra del Padre bajarla a la tierra es subirla a nuestra mirada; y retenida, chisporroteando a través de la historia, es permanecer Jesús en alto, para que los que se entreguen a su luz, vivan la vida que no acaba.

En la muerte de Cristo queda especialmente exaltada su doctrina, sellada con la muerte. Su doctrina es el amor, a Dios y a los hombres; hasta la muerte le ha llevado tal amor, ha entregado la vida por ellos, «nadie tiene más amor que quien ama hasta perder la vida». Es necesario que sea izada esta caridad en el patíbulo, para que acaben de enterarse, para que quien la crea y la tome hasta morir, tenga vida eterna: «Este es mi mandamiento que os améis como yo os he amado», «en eso se encierra toda la Ley de Dios».

Le encargó el Padre a Jesús que nos amara como el Padre le amaba a Él: «como el Padre me amó, yo os amé». «Porque el Padre amó al mundo de tal manera que le entregó a su Hijo Unigénito», para que fuese su sangre, redentora; y fuese con ellos su palabra; creyéndola, se salvarían del barro y del demonio, transformándose en hijos de Dios.

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