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Jueves 13º del Tiempo Ordinario. Feria. 30-06-2022

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“¡Ánimo hijo!, tus pecados te son perdonados”

Evangelio según S. Mateo 9, 1-8

Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados –entonces dice al paralítico-: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

Meditación sobre el Evangelio

Otra vez en casa de Pedro, albergue suyo en Cafarnaún. El público se abalanzó a verlo, agitado por la popularidad del personaje, ¡resultaba tan seductor contemplar un profeta, presenciar sus milagros! Porque el Padre los atraía con el señuelo de los milagros, con la golosina de los prodigios; lo malo sería si quedaban en esa agitación arremolinada, en esa arrebatada curiosidad de novedades. Dios jalonaba los pasos de Jesús con portentos para que atraídos los hombres, le escuchasen. La fuerza del Espíritu le impulsaba aquellos días a rociar milagros.

El enfermo y los que lo transportaban ostentaron una fe completa.

Puesta la esperanza, lo demás corre de cuenta de Dios. La esperanza aquella no era seca, en un egoísmo que requiere un favor; era jugosa de afecto, puesto que Jesús le perdonó sus pecados. ¡Qué estremecimiento de dulzura en Jesús al contemplar la fe que pone en Dios y en él! «Confía hijo»; dos palabras, de aliento y de madre. Enseguida un don inesperado: «tus pecados te son perdonados»; le encauza la atención a lo más importante, no se atollen en meras curaciones sino crucen a ser de Dios. Las necesidades corporales sí las quiere solucionar, porque el Padre cuida nuestro cuerpo como cuida los pajarillos; pero más quiere transformarnos en seres de su Espíritu.

Obstruyen algunos al Maestro la continuación pacífica de su adoctrinar. El pueblo escucha sin prevención; pero ciertos directores espirituales se habían arrellanado cerca y vigilaban; le miraron, protestando en su mirada la frase de Jesús: ¡Era una blasfemia! Difícilmente se puede continuar la predicación con tales cuñas en el auditorio; aunque no abran los labios se los siente gritar su protesta, escupir desde lejos. Jesús con una lucidez penetrante, se percató del juicio temerario, venenoso, que formulaban contra Él. Se volvió para sacudirles de su felonía, abrirles un sendero hacia la verdad: “¿Por qué pensáis mal de mí?”

Iba a curar al paralítico por amor al pobrecillo y para confirmarle que la fe en Dios no queda fallida, esa sería a la par una lección para todos. Ahora también les alargaría la mano a los teologizantes malpensados para sacarlos de su testarudez malévola: ¿Qué es más fácil, decir «te perdono» o «te curo»? Decir «te perdono», responderéis, es fácil decirlo, porque no es fácil comprobarlo; decir «te curo», confesaréis que no es tan fácil decirlo, porque si el enfermo no cura, se la carga el que se jactó fanfarrón.

Resultado de la curación. En el paralítico, glorificar a Dios. En el pueblo, ensalzarle igualmente, porque tanto poder daba a Jesús. En los doctores, nada.

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