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Catequesis del Papa Francisco sobre la sacralidad de la tierra

Catequesis del Papa Francisco sobre la sacralidad de la tierra

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(ACI) El Papa Francisco presidió este miércoles 22 de abril en la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano la Audiencia General en la que pronunció una catequesis especial por la 50 Jornada Mundial de la Tierra.

A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

Hoy celebramos la 50ª Jornada mundial de la Tierra, Es una oportunidad para renovar nuestro compromiso de amar nuestra casa común y de cuidarla junto con los miembros más débiles de nuestra familia.

Como la trágica pandemia de coronavirus nos está demostrando, sólo juntos y haciéndonos cargo de los más débiles podemos vencer los desafíos globales. La carta encíclica Laudato si’ tiene precisamente este subtítulo: “sobre el cuidado de nuestra casa común”. Hoy reflexionaremos juntos sobre esta responsabilidad que caracteriza “nuestro paso por esta tierra” (LS, 160). Tenemos que crecer en la conciencia del cuidado de nuestra casa común.

Estamos hechos de materia terrestre, y los frutos de la tierra sostienen nuestra vida. Pero, como nos recuerda el Libro del Génesis, no somos simplemente “terrestres”: también llevamos dentro de nosotros el soplo vital que viene de Dios (cf. Gn 2:4-7). Vivimos, pues, en la casa común como una familia humana y en la biodiversidad con las otras criaturas de Dios.

Por egoísmo hemos fallado en nuestra responsabilidad como custodios y administradores de la Tierra. “Basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (ibíd., 61). La hemos contaminado y saqueado, poniendo en peligro nuestra misma vida.

Por eso, se han formado varios movimientos internacionales y locales para despertar las conciencias. Aprecio sinceramente estas iniciativas, y todavía será necesario que nuestros niños salgan a las calles para enseñarnos lo que es obvio, es decir, que no hay futuro para nosotros si destruimos el medio ambiente que nos sostiene.

Hemos fallado en custodiar la Tierra, nuestra casa jardín, y en custodiar a nuestros hermanos. Hemos pecado contra la Tierra, contra nuestro prójimo y, en fin, contra el Creador, el Padre bueno que provee a cada uno y quiere que vivamos juntos en comunión y prosperidad.

¿Y cómo reacciona la Tierra? Hay un dicho español, que es muy claro, al respecto y dice así: “Dios perdona siempre, nosotros, los hombres algunas veces perdonamos, otras no; la tierra no perdona nunca”. La Tierra no perdona, si nosotros hemos deteriorado la Tierra, la respuesta será muy contundente.

¿Cómo podemos restaurar una relación armoniosa con la Tierra y el resto de la humanidad? Una relación armoniosa…Perdemos muchas veces la visión de la armonía: la armonía es obra del Espíritu Santo.

También en la casa común, en la Tierra, también en nuestra relación con la gente, con el prójimo, con los más pobres, ¿cómo podemos restaurar esta armonía? Necesitamos una nueva forma de ver nuestra casa común. Entendámonos: la Tierra no es un depósito de recursos para ser explotados.

Para nosotros los creyentes el mundo natural es el “Evangelio de la Creación”, que expresa la potencia creadora de Dios para plasmar la vida humana y hacer que el mundo exista junto con lo que contiene para sostener a la humanidad. El relato bíblico de la creación concluye de la siguiente manera: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1:31).

Cuando vemos estas tragedias naturales que son la respuesta de la tierra a nuestro maltrato, yo pienso: “Si ahora preguntase al Señor que piensa, no creo que me dijera que todo está muy bien”. ¡Nosotros hemos arruinado la obra del Señor!

Al celebrar hoy la Jornada Mundial de la Tierra estamos llamados a reencontrar el sentido de respeto sagrado por la Tierra, porque no es solo nuestra casa, sino también la casa de Dios. ¡De esto surge en nosotros la conciencia de estar en tierra sagrada!

Queridos hermanos y hermanas, “despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros”. (Exhortación ap. postsin. Querida Amazonia, 56). La profecía de la contemplación es algo que aprendemos sobre todo de los pueblos originarios, que nos enseñan que no podemos cuidar de la tierra si no la amamos y la respetamos.Ellos tienen la sabiduría del “bien vivir”, no en el sentido de pasárselo bien, no: sino del vivir en armonía con la tierra. Ellos llaman “el bien vivir” a esta armonía.

Al mismo tiempo, necesitamos una conversión ecológica que se exprese en acciones concretas. Como una familia única e interdependiente, necesitamos un plan compartido para evitar las amenazas contra nuestra casa común. “La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común” (LS, 164).

Somos conscientes de la importancia de trabajar juntos como comunidad internacional para la protección de nuestra casa común. Exhorto a cuantos ostentan la autoridad a liderar el proceso que conducirá a dos conferencias internacionales muy importantes: la COP15 sobre la Biodiversidad en Kunming (China) y la COP26 sobre el Cambio Climático en Glasgow (Reino Unido). Estas dos citas son importantísimas.

Me gustaría alentar a organizar acciones concertada también a nivel nacional como local. Es bueno converger desde todas las condiciones sociales y dar vida también a un movimiento popular “desde abajo”.

Así nació la Jornada Mundial de la Tierra, que celebramos hoy. Cada uno de nosotros puede dar su pequeña aportación: “No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se puede constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente” (LS, 212).

En este tiempo pascual de renovación, comprometámonos a amar y apreciar el magnífico regalo de la Tierra, nuestra casa común, y a cuidar de todos los miembros de la familia humana. Como hermanos y hermanas que somos imploremos juntos a nuestro Padre celestial: “Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra” (cf. Sal 104,30).

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