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La historia de cambio de una misionera protestante que visitó a unas carmelitas

La historia de cambio de una misionera protestante que visitó a unas carmelitas

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(Religión en Libertad) Tamara Sánchez es una joven que nació en Madrid pero desde los 6 años se educó en Estados Unidos. Allí se hizo misionera evangélica. Estudió en una universidad evangélica en Chicago y ejerció como misionera a tiempo completo en España y en Escocia. Leía mucha teología, hacía mucho trabajo evangelizador, pero le faltaba una cosa: reposar su mente y su corazón en la Presencia real de Jesús. Y eso fue lo que encontró el día en que visitó a unas carmelitas. Lo ha explicado en una entrevista en Cambio de Agujas, el veterano programa de testimonios de HM TV.

Grandes preguntas ya desde niña

«De niña pequeñita vivía en Madrid, iba a misa con mi abuela. Eso era bonito, había algo ahí, una paz… Pero en casa las cosas eran difíciles. Mi padre era un hombre bastante violento», recuerda Tamara.

Por la violencia de su padre, su madre se fue a Estados Unidos cuando Tamara y su melliza tenían 6 años. Ya de niña, quizá como resultado del cambio de país, se planteó las grandes preguntas: ¿por qué hay sufrimiento en el mundo? ¿Qué hago aquí?

En Estados Unidos mantuvo contacto con los sacramentos y la Iglesia. Incluso hizo la Confirmación. A los 14 años cambiaron de población y Tamara cortó el contacto con la vida católica. Simplemente, no sentía nada en la iglesia, no le veía sentido.

La oración del agnóstico: «Dios, si existes, quiero conocerte»

Sin embargo, sí sentía que Dios estaba en algún sitio, que tenía que ser posible «contactar» con él. «De los 14 a los 17 años, empecé a buscar a Dios. Con todas mis fuerzas. Yo le decía: ‘Dios, no quiero creer una mentira; si existes, quiero conocerte, has de ayudarme’«. «Con esa oración de agnóstica empezó mi camino de buscarle con todo mi corazón», recuerda.

Ella quería creer en Dios. Pero al mismo tiempo «trataba de llenar mi corazón con muchas otras cosas, con deportes, tocando el tombón, quería ser la mejor en baloncesto, en música… Me iba bien, pero aún así eso no me llenaba, me sentía vacía».

Jóvenes evangélicos: pasión por Dios

A los 17 años conoció un grupo de jóvenes evangélicos que tenían un profundo deseo de estar con Dios, y que explicaban las cosas de la fe de forma muy sencilla. Eso impresionó a Tamara y le gustó. «Hablaban del Evangelio, de Cristo, su muerte, su resurrección, todo lo básico que como católica debería saber pero que, no sé por qué, yo no lo tenía dentro del corazón. Hablando con ellos decidí seguir a Jesucristo con todo».

Entró a estudiar en una universidad evangélica en Chicago «porque quería poner a Dios como lo primero en mi vida». Acudía a una iglesia protestante «que era buenísima, porque aprendía mucho sobre la vida de Cristo, estudiábamos los evangelios… pero algo me faltaba. Conocía más de Cristo con la cabeza, pero aún no era bastante para mí».

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Además, empezó a reflexionar. Ella se había formado como católica, de niña, y pensaba: ¿podría ser católica, con su tradición, pero con esa pasión y conocimiento, esa profundidad, que tenían estos evangélicos?

Trabajar por Cristo… sin descansar con Cristo

En la universidad colaboraba como misionera evangélica voluntaria, tratando con gente de la calle, gente que estaba en la droga. «Yo estaba contenta porque trabajaba para Cristo… pero estaba muy cansada, ¡sin la eucaristía era muy difícil!»

Incluso volvió a España, 14 años después de haber salido: ahora era misionera evangélica y hablaba de Cristo a la gente. Sin embargo, no podía aún hablar de Cristo «como una amiga de Él o una enamorada de Él». Lo hacía como una especie de deber… y era muy cansado.

Estudiando apologética en Oxford: «14 opiniones distintas»

Al año siguiente acudió a Oxford a estudiar grandes preguntas de apologética con famosos teólogos protestantes, leyendo muchos libros. Y aún así sentía que algo le faltaba. Además, veía que los autores protestantes «podían tener 14 opiniones distintas del mismo pasaje de la Biblia».

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Pero también estudiaban en ese curso a autores católicos como Santo Tomás de Aquino. Y Tamara veía que eran autores con una «sabiduría antigua, y también con un fuego en sus corazones». Con los autores católicos «podía experimentar una claridad y a la vez una paz muy profunda». Estos autores respetaban además «el Misterio», veían que «siempre hay más». «Me impresionaba ver que los autores católicos tenían esa fe tan razonable y a la vez el sentido de Misterio, de belleza, de la grandeza de Dios».

Mucho hacer y mucho pensar, poco «estar» con Dios

Una queja de Tamara de esa época es que «cuando yo era evangélica, todo era ‘de pensar’, mi cabeza iba a explotar. Y yo lo que quería era comunión. Yo quería estar con Él. Igual que a veces estás con tus mejores amigos, sin tener que decir nada. Eso faltaba en el mundo evangélico: era todo hacer, hacer, pensar, pensar, trabajar… no podías descansar, estar en Su presencia como hija de Dios. Yo quería sólo disfrutar de la vida de Dios, estar en Su presencia».

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Hoy aprecia la misa católica, precisamente, porque «no has de hacer nada, no ganar, ni decir, es recibirle a Él, estar en su Misterio, recibir su Amor».

Después pasó un año de misionera evangélica en Escocia. De nuevo, era muy cansado: muchas lecturas teológicas, mucho pensar, mucho trabajo y servicio misionero. Y se planteó: «¿Por qué estoy aquí diciendo a mucha gente ‘tienes que creer en Jesucristo’ si yo ni siquiera le conozco?»

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Atraída por Santa Teresa de Ávila

Recordó que en la universidad en Chicago había leído cosas de Santa Teresa de Ávila y le había impresionado su cercanía e intimidad con Cristo. Y estando de misionera en Glasgow supo que había una comunidad de carmelitas, la orden que Santa Teresa había reformado. «Quizás ellas me puedan enseñar algo sobre oración«, pensó.

«Mi móvil está roto», le dijo al conductor del autobús. «Voy a las carmelitas y no sé dónde hay que bajar exactamente, ¿me puede avisar cuando lleguemos?»

«Pues claro, cuando yo era niño iba a esas carmelitas continuamente», le dijo el conductor, para asombro de Tamara. «Buena suerte, chica», le animó el conductor.

Tamara entró en el convento y una carmelita de la India la recibió con los brazos literalmente abiertos y la abrazó. «No me conoce de nada, y me recibe con tanto amor», pensó ella.

La invitaron a sentarse en la capilla. Tenía 24 años y desde los 14 no pisaba una iglesia católica. «Por primera vez sentí algo en mi corazón. ‘Cristo está aquí, no lo entiendo, pero hay algo diferente en esta capilla'», percibía.

«¿Es posible conocer a Jesús de forma profunda?»

Después pudo hablar con una de las carmelitas. Tamara expuso su caso. «Yo soy protestante, soy misionera, he dado mi vida para servir a Jesús… pero no le conozco. En la Biblia leo que le puedo conocer de forma profunda. ¿Es posible eso?»

«Pues sí, Tamara, claro que es posible», dijo ella. Y semana tras semana Tamara las visitó y habló con ellas, y expuso sus cien preguntas. Ellas no hablaban de la fe como algo que había «que hacer», sino como un tesoro que había que recibir con alegría, llenándose de amor, «no como una carga, sino como lo más increíble y divertido del mundo».

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Un día un estudiante le dijo: «vi a un tipo por la calle con algo negro en la cabeza». Tamara recordó que era el Miércoles de Ceniza. «Madre mía, tengo que ir a misa», pensó ella, aún misionera protestante.

«Padre, hace como diez años que no me confieso»

Había un cura confesando en la iglesia católica. «Madre mía, hace 10 años que no me confieso», pensó ella. Pero sentía en su corazón que para acercarse a Dios necesitaba confesarse. Con miedo entró en el confesionario. «Padre, hace como diez años que no me confieso», le dijo. El sacerdote, «con calma y compasión y misericordia me confesó, y salí sintiendo una paz tremenda». Y desde ese momento empezó a ir a misa cada día.

– He empezado a confesarme y a ir a misa -le dijo a su jefa en su ministerio protestante.
– ¿Para convertir a los católicos? -dijo ella.
– Pues, no, porque Jesucristo está allí, y quería conocerle más. Está ahí, en la Iglesia Católica.
– Pues, mira Tamara, te queremos mucho, pero no puedes trabajar con nosotros -le dijeron.

Perdió su trabajo de misionera evangélica y «pasé un año trabajando en limpiar aseos, pero era el año más feliz de mi vida, como nunca antes, disfrutando del Señor, descansando en su presencia».

A los jóvenes hoy les recomienda «no tener miedo de preguntar cosas muy duras», les anima a ir a una parroquia «con tu lista de preguntas» y a los que dudan más les anima a rezar la oración con la que ella empezó su viaje, con sinceridad y fuerza: «Dios, si existes, quiero conocerte».

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