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Domingo, Fiesta del Bautismo del Señor 07-01-2018

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«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»

Evangelio según S. Marcos 1, 7-11

Proclamaba Juan el Bautista: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu Santo que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz de los cielos: « Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»

 

Meditación sobre el Evangelio

Imaginaron muchos que Juan era el Mesías. Aclaró que no. Su lavatorio era de agua; bueno era si lo recibía la buena voluntad del bañado. Pero mejor era el baño con que bañaba el Mesías: bañaba en Espíritu Santo. Sumergía en el Suspiro que brota del Padre, y salía el hombre no meramente limpio, sino encendido de Dios y con aromas del Padre; son bañados en tal Espíritu y Fuego los que se sumergen en la Palabra, en el evangelio, es decir, en la caridad; los cuales, a medida que más se entregan, se ven invadidos del Espíritu; a medida que más duran en la entrega de este Fuego, más se encienden, y cada vez más el Espíritu los conduce, les habla, les instruye, los eleva, los hace más hijos, más como Jesús, más palabra viva del Padre; tanto que «al contemplar sus obras los hombres glorifican al Padre que está en los cielos» (Mt 5).

Jesús empleará el agua como símbolo y como medio, pero la fuerza de su baño está en el Espíritu. Porque tantos dieron tanta importancia al agua y tan poca o cero a la caridad, se quedaron sin ese vivir del Espíritu estremecidos de continuo por él; sin entender un lenguaje del Padre y un idioma, que sólo se entiende con Espíritu; sin percibir lo que ni ojo ve ni oído oye», «lo que continúa escondido a los sabios del mundo y a los príncipes del siglo y profesionales del saber teológico». «Porque las cosas de Dios, únicamente las sondea su Espíritu» (1 Cor 1, 20-21; 2, 6-15).

No necesitaba Jesús ser lavado, pues siempre estuvo en el amor y no hubo empañamiento alguno en su constante amar. Pero Jesús no se anda con requilorios como los devotos cursis, que a vueltas de su dignidad funcional no se mezclan con los otros ni pasan como uno más. Era un movimiento de vuelta a Dios lo que promovía Juan, y allá está Jesús metiéndose en el agua con los de buena voluntad. Es la humanidad cierto día la que ha de satisfacer, y allá Jesús en el Calvario representante de la humanidad, cargando con los pecados de los suyos, hecho solidario y cara que recibe el castigo del pisotón que dio el pie.

Es la humanidad, es Israel, que se dispone al reino de Dios zambulléndose en el agua; que es zambullirse en un deseo de Dios y en una esperanza de la salud cristiana.

Allí está Jesús, solidario con todos, lavándose la humanidad en Él: «Al que no hizo pecado lo hizo Dios pecado por nosotros, para que viniésemos a ser santidad por Él» (Pablo).

Es tan hombre Jesús, tan de nosotros, que de niño no sabía andar y su madre le aupaba en brazos; tan hombre como nosotros, que el demonio le tienta y carga con él hasta la torre; tan hombre, que Juan le baña en el baño de purificación, a él que nos purifica a todos; porque carga como un secante con la tinta de todos; como treinta años antes fue circuncidado para agregación a Israel, él por quien Israel está agregado a Dios.
Salió del agua. El Espíritu del Padre se había apoderado de su interior, enamorado el Padre de cómo el Hijo iba cumpliendo paso a paso su plan, cómo se le entregaba y abdicaba su dignidad de Santísimo para aparecer pecador.

Y el Padre habló su amor a esta criatura adorable, toda amor a todos: «Este es el Hijo mío, el predilecto, en él me complazco».

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