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Sábado Octava de Pascua 22-04-2017

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«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»

Evangelio según S. Marcos 16, 9-15

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”

 

Meditación sobre el Evangelio

Entrando el pecado en el mundo por medio de una mujer (Génesis 3), Dios elige como primer testigo ante todos del vencimiento de Cristo a la muerte, efecto más nefasto del pecado original, a una mujer, de la que, además, Jesús “había expulsado siete demonios” (Lucas 8, 2). ¡Qué sutileza de perfección la de Dios restaurándolo todo!

Se aparece una y otra vez, confiando el mensaje de su resurrección a unos para llevarlo a los otros, intentando despertar su fe. Pero no; les invade, les puede la tristeza (consecuencia de la falta de fe), que aún más les ciega para escucharles y creerles y poder recordar las palabras de Jesús cuando, por tres veces, les habló de su muerte y de su RESURRECCIÓN. Están afectados y, aferrados a lo humanamente corriente, se les cerraba el corazón para considerar otra posibilidad, se la dijera quien se la dijera; aunque el mismo Cristo les anunciara que al tercer día resucitaría. En tales casos, la ofuscación en los propios pensamientos y sentimientos, cierra, ciega y endurece el corazón para ver la verdad, que intenta penetrar desde fuera a través de otros. Es lo que Jesús les echa en cara. Y si lo hace es porque ya había elementos suficientes de parte de Dios y de él como para que en ellos anidara la fe necesaria para reaccionar de forma diferente. No fue así, y Jesús, el Maestro, no obstante, obra con misericordia; la de Dios, que es paciente y no abandona a los suyos perseverantes («Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas” –Lucas 22, 28-), pero aún faltos de fe. Misericordia que se manifiesta, en esta ocasión, en forma correctora.

Y es que el amor también es firme cuando educa al amado, cuando le corrige para su bien («Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos…»; «Dios os trata como a hijos, ¿y qué padre no corrige a sus hijos? Él nos educa para nuestro bien, para que participemos de su santidad» -Proverbios 3; Hebreos 12- ), y Jesús los corrige e instruye una vez más. Varias veces lo había hecho ya en vida: «¿No entendéis esta parábola (la del sembrador)?¿Pues cómo vais a comprender todas las demás?» (Marcos 4); «¿Por qué tenéis miedo?¿Aún no tenéis fe?» (en la tempestad calmada –Marcos 4-); «¿También vosotros seguís sin entender?¿No comprendéis?» (ante la pureza e impureza de los alimentos –Mateo 15-); «¡Gente de poca fe!¿Por qué andáis discutiendo entre vosotros que no tenéis panes? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, oídos y no oís?… ¿No acabáis de comprender?» (ante el aviso de guardarse de la levadura de los fariseos -Mateo 16; Marcos 8-); a Pedro, que lo increpa cuando Él les predice por vez primera su Pasión: «Vuelto a los demás discípulos, increpó a Pedro: <>» (Mateo 16; Marcos 8); etc., etc. En todas las ocasiones, aun cuando les reprende, los atiende, les explica las cosas, continúa con ellos y los sigue preparando: “El amor es paciente… es servicial… todo lo espera…” (1Corintios 13). La perseverancia en seguir humildemente con Él («¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» -Juan 6-), aceptando las correcciones y su doctrina, los llevará a plenitud (“Yo preparo para vosotros el reino…» -Lucas 22, 28-) tras “ser revestidos de la fuerza que viene de lo alto” (Lucas 24, 49), el Espíritu Santo prometido.

Lo que habéis vivido y oído junto a “mi Hijo amado, mi predilecto”, proclamadlo por doquier; que toda la creación se beneficie de algo que está esperando como la embarazada el parto: la explosión del amor a través de mis hijos; su plena manifestación; la instauración de mi reinado, del orden que ya existía en un principio y que ahora resultará nuevo («no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio que, sin embargo, es nuevo… pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya» -1 Juan 2-), y que participen de él todas las criaturas, el hombre y todo lo creado; todo gobernado por ese amor, que es luz, orden perfecto, del que Yo soy la Fuente viva que mana y así reina, y mis hijos gozan de una plena libertad, la que sólo puede dar ese amor, tras ser rescatados de la esclavitud en la que cayeron, de la servidumbre del pecado, del egoísmo, del reino de las tinieblas. Mi amado Hijo os rescató y os envía: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. ¡Contagiad a todos! ¡En la palabra de mi Hijo, en la oración y en los sacramentos encontraréis la fuerza necesaria!

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